Diario de Castilla y León
Imagen de archivo de un policía. - E.PRESS

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EL CASO DE brutalidad policial desmedida protagonizado por una panda indecente de policías municipales de Mataró contra un honesto ciudadano que sólo había aparcado mal, sin incordiar a nadie, para recoger a su madre enferma de alzheimer, no dista mucho de esas escenas policiales norteamericanas en las que un individuo, habitualmente de raza negra, empieza por ser identificado y acaba en la morgue. El autor de semejante canallada en Mataró es de suponer que ya ha sido expulsado del cuerpo policial, e incluso del país, aunque sea del País Catalán. Y con él los otros cinco que, por omisión, consintieron la agresión intensa y constante, con total impunidad y ante decenas de ciudadanos que no sabían si vivían en España o en la Rumanía de Ceaucescu. Un individuo al que los anabolizantes le han derretido las escasas neuronas que la naturaleza tuvo a bien prestarle no puede llevar una porra ni una pistola cargada. Y de esos canallas y chulos hay también por estos lares. De esos que se envalentonan y se ponen bravos, chulos y macarras con los ciudadanos. Hemos visto episodios, y los hemos sufrido los periodistas, por ejemplo en Valladolid, ante la impunidad y el consentimiento de los mandos, los superiores y la pasividad de los apalominados políticos. Hasta que un día pase algo. Aquí queda escrito para dejar testimonio. Y Regalado vaticina con acierto. Porque antes de dotar a alguien de un uniforme, que es un símbolo del servicio al ciudadano, hay que revisarle al menos el índice de coeficiente intelectual y el volumen neuronal, además de la capacidad de sensatez y serenidad en alguien que va con una placa y un arma de cinto. Es esencial que no crea que estos elementos y distintivos están al servicio de su chulería, sino de los ciudadanos que pagan sus sueldos con sus impuestos. No es la categoría, ni mucho menos. Pero como la pederastia en la iglesia, para que medre, lo mejor que se puede hacer es encubrirla internamente.

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