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Juan Carlos De Margarida

¿Dejarán de subir los tipos de interés?

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Responder esta pregunta, con un sí o un no, sería demasiado pretencioso y convertiría a los economistas más en profetas que en profesionales con rigor y seriedad en el análisis de situaciones económicamente complejas. Pero el hacernos la pregunta de si dejarán de subir de una vez los tipos de interés sí que puede servirnos para reflexionar sobre la situación de la que partimos, en la que estamos y hacia dónde nos estamos dirigiendo. 

En los últimos días hemos escuchado reiteradamente que el fin de las subidas de los tipos de interés está cerca y que la tendencia alcista que comenzó en verano de 2022 llegará a su fin. 

La decisión de aumentar “el precio del dinero” llegó tras las graves consecuencias socioeconómicas que provoca en cualquier contexto un aumento de precios y, por ende, una inflación galopante y obstinada. Este aumento ha ido del 0% al 3,5% en menos de un año, una decisión que hacía más de una década que no se llevaba a cabo. La última subida ha marcado, de 0,25%, ha supuesto un antes y un después en esta tendencia que se venía arrastrando desde julio, pues “solo” ha supuesto un aumento de un cuarto de punto porcentual hasta situarlo en el 3,75%, lejos de aquellas subidas de 50 y 75 puntos básicos. 

Estas medidas excepcionales responden a realidades y contextos convulsos, cuyo objetivo es que la inflación, que ya es demasiado elevada, vuelva a la senda del objetivo marcado por el BCE entorno al 2% a medio plazo. De momento, las señales ante la subida de tipos no están dando el resultado esperado debido a que el crecimiento económico se está moderando, aunque no lo suficiente, ya que el dinero sigue circulando y no existe una contracción real del consumo.

De hecho, dado que las medidas no parecen surtir el efecto deseado, el pasado mes de abril se trató de revisar el objetivo marcado desde el Banco Central Europeo (BCE), lo que puede parecer una auténtica farsa al modificar los tipos para adecuarse a los resultados: al no lograr reducir los precios, nos regocijamos en el pesimismo y aumentamos el objetivo. En política monetaria no todo vale para crear señuelos que atraigan la inversión e incentiven la economía bajo el espejismo de una realidad alejada del contexto en el que vivimos. 

No obstante, y aunque parece que desde el BCE, a través de su presidenta Christine Lagarde, se ha pospuesto esta revisión hasta que se logre controlar la inflación, ya se habla de la nueva era socioeconómica (la slowbalization) que está haciendo cambiar nuestras prioridades y hábitos de consumo, apostando por el regionalismo, la seguridad y cercanía, y dejando de lado esa idea de globalización que hemos mantenido hasta ahora, lo que, sin duda, repercutirá en los precios y, en consecuencia, en los tipos de interés.

Pero sin adentrarnos en estas cuestiones sociológicas que, sin duda, dan para una reflexión mucho más extensa y volviendo a la cuestión que nos ocupa, debemos ser realistas: las perspectivas inflacionistas siguen siendo elevadas, especialmente la tasa de inflación subyacente. Es cierto que esta última subida del precio del dinero ha supuesto un soplo de aire fresco al haberse reducido su presión e intensidad, y aunque no es el fin de las subidas, todo apunta que las próximas serán menores, más escalonadas y con efectos amortiguadores para ir acomodando la realidad económica al contexto actual, impregnado por un momento de tensión provocado por la guerra en Ucrania junto con un debilitamiento del poder adquisitivo debido al aumento de precios en energía y a los productos de primera necesidad, principalmente.

Debemos ser conscientes de que prolongar esta situación de aumento del precio legal del dinero va a repercutir negativamente en el consumo y en la inversión, frenando el crecimiento económico al que debemos volver urgentemente. Por ello, estas tendencias alcistas deben ser las justas y necesarias para responder a una situación que ya no puede perdurar más en el tiempo, algo que corrobora el BCE con su última decisión que podríamos considerar el principio del optimismo. 

 No hay que olvidar que los tipos de interés son un instrumento esencial para lograr objetivos como la estabilización de la inflación, el crecimiento económico o el empleo. No obstante, sus fluctuaciones tienen una doble cara, pues medidas en exceso pueden producir efectos nocivos: subir los tipos reduce la inflación, pero también reduce la inversión y el consumo, principal motor de la economía. Por lo tanto, el BCE debe mantener una política consensuada con el resto de los agentes implicados en la toma de decisiones, teniendo en cuenta el escenario en el que estamos, pero sin difuminar el horizonte al que debemos llegar: lograr retornar a la senda del crecimiento.

En definitiva, las reflexiones que argumenta el BCE para seguir subiendo los tipos de interés no solo hay que oírlas, recibiendo únicamente el mensaje, sino también escucharlas con el fin de interpretarlas y procesarlas al objeto de tomar las decisiones más adecuadas de gasto, inversión y financiación por parte de los gobiernos, las empresas y los ciudadanos al objeto de lograr una estabilidad económica y social en un futuro que ya es un presente. 

Juan Carlos De Margarida es Presidente de Colegio de Economistas de Valladolid, Palencia y Zamora.