King Charles
LA VIDA de los reyes, de cualquier época y lugar, es extraordinariamente convulsa. Una a la que se le ha prestado mucha atención es la de Enrique VIII. La serie ‘Los Tudor’ es buena prueba de ello. Intrigas palaciegas, amor, sexo, política, diplomacia, traiciones y deslealtades, son la tónica que conformó su existencia. Nadie en la corte estaba seguro. Casado en siete ocasiones, rompió con la Iglesia Católica cuando el papa de la época no le concedió la dispensa matrimonial para dejar a Catalina de Aragón con la que estaba casado y así poder contraer matrimonio con Ana Bolena. Se erigió en jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra y decapitó a varias de sus esposas y a muchos de sus consejeros. Tomás Moro, Lord Canciller de su majestad, uno de sus más fieles colaboradores, fue declarado culpable y condenado a muerte por no prestar el juramento antipapista ante el rey.
El Reino Unido está siendo el centro de atracción en todo el orbe conocido por la coronación del rey Carlos III, sucesor de su longeva madre Isabel II. Un acontecimiento histórico que ha superado todas las expectativas. En el fondo no ha sido más que una operación del Estado británico para recuperar la influencia y popularidad de país en todo el mundo, especialmente en los territorios pertenecientes a la Commonwealth.
Sin embargo, no podemos olvidar que, a lo largo de la última década, la política inglesa solo ha tenido malas noticias. Primero fue el Brexit, que ocasionó un viraje de ciento ochenta grados en la política inglesa pues dejó de mirar a Europa para centrarse en otros objetivos políticos, más cercanos al mundo anglosajón y al pacífico. Después, la inseguridad de los gobiernos, cuyos primeros ministros han durado poco tiempo, generando una gran inestabilidad en la política nacional. El más rocambolesco de todos fue Boris Johnson con sus continuas salidas de tono y sus fiestas en plena pandemia en medio de muertes y restricciones por doquier. Y, en tercer lugar, los movimientos secesionistas procedentes de Escocia, cuyas reivindicaciones no hacen más que poner entre las cuerdas al país entero. En definitiva, el Reino Unido está en una encrucijada y su futuro político dependerá, no en toda pero sí en gran medida, de lo que el Rey Carlos III haga y transmita el mundo. La figura de Camila no ayuda. Otro gallo habría cantado con Diana de Gales.