El cepo
VAMOS DE CABEZA. La precampaña electoral -que nos lleva a la campaña de verdad del próximo viernes- ha sido un hecho sorprendente para muchos ciudadanos. Las dos, que ya son la misma cosa, se resumen en un chascarrillo procaz e irónico en boca del vulgo: quien dice lo que no debe, también oye lo que no quiere. Exacto. Aquí tenemos a la politiquería del reino lanzando discursos y promesas como si estuvieran en una tienda de loros llena de espejos distorsionantes y de colores chillones. Y claro, si dicen tantas pendejadas por anticipado y ponen tantos anzuelos para que piquemos, pues tendrán que escuchar algún que otro réspice, que apunta mi vecina Carmina y que está hasta el moño.
El hecho más desconcertante de esta precampaña de asaltantes con cepo, ha tenido su expresión más apoteósica en el recibimiento y pleitesía que la España oficial -nada que ver con la España real y contribuyente- ha tributado en estos días al comandante Aureliano. Es decir, al hoy Presidente de Colombia que habla mal de España fuera y dentro de nuestras fronteras, y que lleva en la mochila de guerrillero de las FARC un talismán que convierte a los terroristas y criminales de ayer en la nueva aristocracia política de hoy. La misma pejiguera demencial del comunismo histórico.
Entre una retahíla de expresiones desfasadas -como si Colombia no llevara 213 años con soberanía plena y libre del «yugo» español-, su Excelencia el terrorista ha soltado esta narco prescripción antes de pisar suelo hispano: «Si logramos que una serie de actividades de la sociedad colombiana, que hoy se consideran crimen, no se consideren crimen más adelante, pues habrá por definición menos crimen en Colombia». Y para despedirse, tras hospedarse cómodamente en el Palacio del Pardo, al carcelero de las FARC le salió la vena franquista: «se me llenó de pesadillas la cabeza». Tócate la mente, los juanetes y los perendengues.
A esta clase de desvergüenza institucionalizada -lo que no quieren oír los políticos ni en precampaña ni en campaña electoral-, se han unido en trompa, en tromba, en tropa y en tropel, el Rey, el Presidente del Consejo de Ministros, las Cortes Generales, el Ayuntamiento de Madrid, toda la clase política española -a excepción de VOX-, y hasta la Universidad de Salamanca que ha concedido al terrorista Gustavo Petro la medalla de oro de la que fue el alma mater de los derechos humanos y del derecho de gentes.
Todo un dislate para una precampaña concebida como una añagaza. Una estafa a la sociedad, y a la que se niega, o se solapa, la verdadera historia de un pueblo, se manipulan las estadísticas a conveniencia -un millón de fijos discontinuos-, y hasta se disfrazan las identidades biológicas de los hombres con leyes destructivas -las modélicas leyes del sí es si y la Trans- que engullen por igual a las gentes y a sus libertades. Asistimos al triunfo de una política ideológica hasta las trancas, sin repuestos para el hombre sin atributos, sin ética, y todo tan comercializado como una pasta dentífrica.
Así que no se lleven a engaño los electores que acudirán a las urnas dentro de 20 días. Lo único que importa aquí es echar el cepo para abrir franquicias bolivarianas en el mundo, o crear nuevos campos de concentración al estilo cubano hasta la victoria siempre. Es el signo de los tiempos que escribía Bernard Shaw en sus Máximas para revolucionarios: «el arte de gobernar es la organización de la idolatría». Lo demás es un cuento. O mejor dicho, el arte de armar una ratonera a la española, lo suficientemente potente y pavorosa, como para que la eternidad de los tiranos parezca un piscolabis de caviar «almas», que es con mucho -¡qué gran ironía!- el más caro del mundo.
No se lo creen, ¿verdad? ¡Toma, ni yo! Pero las grandilocuencias de la izquierda divina y las memelucadas de la derecha arborescente, no dejan demasiadas dudas al respecto, y pueblan el bosque de hados y de hadas en una síntesis de dichosos o desdichadas. Un ejemplo electrizante que llena de perplejidad la precampaña: la irrupción de esa maga madrina de la izquierda -todos se la rifan-, llamada Yolanda Díaz, y que suma y suma y suma hasta que los logaritmos hacen de las cuatro reglas una progresión infinita de sanchunidad exponencial.
¿Y que nos ofrece su programa, queriéndolo o sin querer, de bromas o de vero? Pues un cepo acojonante, impresionante, invisible, lleno de risitas, de naricitas, y de misterios. Una especie de candonga, propia de una sacerdotisa de Isis, que se aplica por igual a griegos, romanos y pos cristianos porque, sencillamente, es el cucutrás de Sánchez para las transformaciones políticas y progresistas.
De entrada, quiere engatusar a los jóvenes con 20 mil euros para que el día 28 voten con la papeleta en la boca. Si aprietan un poco las clavijas, la venta de votos puede llegar en diciembre hasta los 50 mil o los 100 mil, según vaya la okupación de la nueva Ley de Vivienda. ¿Y al resto de ciudadanos? Ay, «un gran reto verde», que consiste, básicamente, en un gran cepo chulísimo para inmovilizar coches y conciencias: subir hasta el infinito los impuestos a los conductores, suprimir los coches, volar las autopistas como si fueran pantanos, hacer del avión un producto sólo apto para políticos frankensteinianos, y que el transporte público sea como los kamellos en Cuba que pocas veces llegan a su destino.
O sea, que estamos ante esa abrazadera de anuncios, propia de las precampañas electorales, que pretende hacer de la sociedad y de los hombres una sección protegida de la ornitología. ¿Qué será la campaña? Pues un cebo para pájaros, una chistera de escalofríos. Allá vosotros con tanto Txapote.