Diario de Castilla y León

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LA REVOLUCIÓN industrial cambió la relación entre las personas. La clase aristocrática y burguesa durante el Antiguo Régimen se transformó en la nueva estirpe capitalista. La creación de fábricas de todo tipo abiertas de sol a sol, con unas condiciones laborales extenuantes para los trabajadores manuales, incluidos niños y niñas, produjeron una situación económica que terminó en una reivindicación legítima de los derechos sociales. Los trabajadores fallecían de agotamiento por el trabajo desarrollado en jornadas casi interminables. En ese contexto social surgieron los sindicatos como entidades encargadas de aglutinar la voluntad de los más débiles para entablar relaciones de poder con los propietarios y mejorar los contratos de trabajo. No es extraño que el comunismo y el socialismo se difundieran como un reguero de pólvora por toda Europa. Y que el epicentro ideológico de estos posicionamientos intelectuales fuera Alemania. Es icónico de esta época el escenario del proletariado que Dickens muestra en Oliver Twist.

Con el paso del tiempo, los trabajadores, fruto de su persistente y denodada lucha, consiguieron prosperar adquiriendo, progresivamente, algunos derechos sociales: horarios limitados, salarios dignos, vacaciones pagadas, cierta seguridad y salud en el trabajo, seguros sociales, etcétera. Según el Premio Nobel Robert Lucas, conocido por ser uno de los autores de la teoría de las expectativas racionales, por primera vez en la historia el nivel de vida de las masas y de la gente común experimentó un crecimiento sostenido, nada remotamente parecido a este comportamiento económico es señalado por los economistas clásicos, ni siquiera como una posibilidad teórica. Eduard Bernstein, revisionista marxista, en su obra ‘Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia’, sostendría que el capitalismo estaba más fuerte, existía legislación social y el trabajador de a pie occidental se encontraba a gusto y asimilado en las sociedades modernas.

Ha saltado la noticia de que existe un proyecto piloto de transformar la jornada de trabajo de 40 a 32 horas, donde el viernes no se trabaja, por lo que el fin de semana se alarga considerablemente. La primera ciudad en la que se está experimentando esta novedosa propuesta ha sido Valencia. Me contaba recientemente un empresario que en las entrevistas de trabajo la mayor parte de los jóvenes candidatos que se presentan al puesto le preguntan a qué hora se termina de trabajar el viernes y si todos los puentes se libra. Esta es la generación que ya está aquí.

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