Territorios literarios
Los territorios que conforman la Comunidad de Castilla y León siempre fueron territorios literarios y, aunque esta es la tierra que ahora se vacía, guardará la pasión de sus silencios.
Muchos autores nacieron aquí, pero también fueron muchos los que llegaron desde otras latitudes para atisbar los mundos que consagran legados bulliciosos. A la Tierra de los Maragatos llegó Concha Espina para plasmar los ritos que celebran un modo de vivir. Fui lector de La esfinge maragata justo en las mismas calles que frecuentó su autora.
En los valles de El Bierzo leí apaciblemente los viajes de Egeria. Los glosé en Villafranca con Viloria y Carnicer.
Cuando vuelvo a Zamora recuerdo con Claudio Rodríguez su Don de la ebriedad. En Salamanca a Fernando de Rojas, a Unamuno y a Fray Luis de León. Me gusta repasar en Ávila algunas reflexiones de Teresa de Cepeda y, como no, El Mudejarillo de Jiménez Lozano antes de dirigirme a Fontiveros y sentir el fervor de La Moraña que honra los catorce de diciembre a Juan de Yepes y Álvarez. Eso sí, cuando regreso a casa siempre paro en Medina del Campo para festejar a la carmelita Ana de Jesús, a la que llamaron “Capitana de las Prioras” y que se encargó de que en 1618 fuese publicado El cántico espiritual… Castilla y León es una comunidad efervescente, donde la literatura ha sido eje y buen cimiento. No puedo olvidarme de Rosa Chacel, de Guillén, de Umbral y de otros tantos, ni de que Cervantes vivió en Valladolid o de que Miguel Delibes consagró su obra y sus palabras para hilvanar la tierra prodigiosa; donde Francisco Pino creó sus “poeturas”… Pero yo que había sido lector del poeta Manuel del Palacio, ahora anoto los versos con que evoca al juez que lo destierra: Montando en la diligencia/ me voy camino de Francia./ Me cago en la providencia/ del juez de Primera Instancia/ del Distrito de la Audiencia… Aprovecho este paréntesis y continúo el trayecto para leer en la ciudad que fue capital de España, alguna de las novelas ejemplares y amorosas de María de Zayas y Sotomayor y cerca del Archivo de Simancas evoco a Rosalía. En Palencia, bajo los soportales de la Calle Mayor, leo los versos de mi amigo José María Fernández Nieto y hablo con los toreros pensativos de Félix de la Vega. En Soria me quedo en el Casino a releer a Bécquer, los versos de A. Machado – el hermano de Manuel que dijo Borges - y de Gerardo Diego. En Nava de la Asunción celebro a Gil de Biedma y cuando voy a Burgos me acerco a Las Merindades y visito ese pueblo modesto pero enorme que se llama Valpuesta, porque allí germinó el idioma castellano.