Diario de Castilla y León
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A Tudanca le duelen las intolerancias. Especialmente las democráticas, que le tienen calentando banquillo desde hace varias legislaturas. No logra ser convocado para el once que salta a gobernar al terreno de juego ejecutivo. No se le debería ver tan frustrado, tan agarrado fervientemente a las anécdotas para lograr cierta notoriedad. Tiene un buen sueldo, desproporcionado para su currículo vaciado. Su amargura, tan evidente, le impulsa a recorrer la pista de atletismo del estadio de La Peineta, para subir al pódium de las (des)conexiones ideológicas, de las ocurrencias. Así, en relación con el gesto de Mañueco, dedo corazón erecto, indica, entre otras cosas, que fue una falta de respeto hacia quienes defienden a los celiacos, cuestión parlamentaria coetánea con el lenguaje gestual del presidente regional. Como que alguien fuera favorable a que se sufra esa enfermedad, o cualquier otra.

Dentro de su lacayo seguidismo a Sánchez, Tudanca intenta conectar victimismos con eslóganes y cuestiones intrascendentes (gestos) para lograr cautivar votos. Confusión interesada. Existe un modo lúcido de comprender su estrategia, pues el socialismo, como tal, es difícil ya que enganche a personas con una correcta comprensión lectora. Tudanca es gluten deficitario, un símbolo de la mediocridad, que se tolera no por ser beneficiosa, sino por el rango medio de quienes llevan las riendas de los partidos. Un reflejo de una sociedad adormecida, narcotizada por bonos sociales y pancartas con dopajes diversos.

Mañueco ha explicado el gesto como un acto involuntario. Un automatismo, tan propio de suceder en una ciudad vinculada con las factorías de coches, pudo completar. O, de haberlo salido, ofrecer una de las múltiples utilidades del gesto en la Grecia clásica, cual era la de reprochar su demagogia al adversario.

Pudo ser peor. Pues si el dedo corazón no miraba a nadie en concreto, y se le afea la postura frente a una mujer (¡claro!), qué se hubiera dicho si Mañueco, poco espontáneo, ciertamente, hubiera guiñado un ojo, travieso. Una insolencia heteropatriarcal, sin duda, un gesto de supremacismo varonil. No es menos cierto que, entonces, el presidente hubiera podido librarse de cuestión tan embarazosa y crucial para el bienestar de los ciudadanos de Castilla y León con una sencilla afirmación: en ese momento, un intervalo lúcido, me sentí mujer.

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