Prisión mental
Cómo hemos podido vivir, sobrevivir incluso, me pregunto, sin la presencia holística de Pam, nuestra rutilante secretaria de Estado de Igualdad, también conocida, aunque menos, como Ángela Rodríguez. Cómo nuestra democracia no la reivindicó antes, cómo no rogó que se nos apareciera, ya fuera en carne mortal o en figura pictórica de un Botero deconstruido. Cómo los legisladores, y sus augures, no se habían inspirado antes en sus profecías, en su excelsa sabiduría, su fina y elegante inteligencia para diseccionar con certeza lo que una ley debe regular y lo que debe quedar al margen, casquería de jurisperitos caducos y casposos.
Lo cierto, alegrémonos, es que su advenimiento, aunque tardío, sucedió, y con él podemos descubrir la verdad del alma humana, en especial de la masculina heretosexual. Ayer prendí una pira purificadora con todos los libros adquiridos durante décadas. En Pam habita el saber y la mejor exposición de motivos para cualquier ley pues, ella lo sabe, toda la realidad está intoxicada de una insoportable dictadura heteropatriarcal.
En su más reciente visión, Pam nos ha comunicado, pasados unos segundos desde el trance de marxista aparición espiritual, que todos los hombres somos unos violadores. Y en España, ha concretado, de modo especial. Así, que, consagrada la presunción de culpabilidad, por otra parte ya en vigor en algunas normas de desequilibrado marchamo en su letra y autoría, cabe esperar una aceleración en la excarcelación de los violadores condenados en firme o en prisión preventiva, pues las prisiones, dicho lo dicho por Pam, podrán albergar a esa minoría de hombres no criminales sexuales (caso de Pablo Iglesias, por ejemplo, pese a su genealogía terrorista, de la que tan orgulloso se siente), mientras que el resto del territorio habrá de constituirse en presidio para tantos y tantos millones de abyectos delincuentes.
Desde la ultraizquierda ahora se nos pretende bendecir con una ley sobre salud mental. Bien mirado, su opinión podría ser una información sensible y valiosa. Su desequilibrio releva tanto como el daño a los ciudadanos y a la democracia que hacen sus normas.
Por supuesto el proyecto de la norma es un desprecio, como en las demás, a la ciencia y la experiencia. Su falta de preparación les hace confiar más (y sólo) en su intuición, que no es sino una superchería de cónclave rave. Algo así como que si no se escribe el nombre de una enfermedad mental ésta desaparecerá. Los chamanes del estalinismo han sustituido al Consejo de Estado, y nos pretenden aplicar su prisión mental permanente no revisable.