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EDITORIAL

La inmigración, aliada contra la creciente despoblación

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La despoblación sigue dando pasos de gigante en Castilla y León. Cada estadística demográfica ahonda más en el principal problema de la España interior, no sólo de nuestra comunidad autónoma. El ultimo registro del INE, el del padrón, diagnóstica una pérdida de 10.500 censados en las nueve provincias de Castilla y León. 

Pero las estadísticas de un par de años para acá también ofrecen un registro interesante: que pese a la pérdida constante y continua de población, es la inmigración la que ayuda a atenuar, aunque no a aplacar, el problema. De no ser por los extranjeros que cada años llegan a Castilla y León en busca de un futuro y un proyecto mejor que en sus países, la sangría poblacional sería todavía mucho más acentuada.

Con lo cual, pese a quien le pese, la inmigración es, mientras los datos no digan lo contrario, la tabla de salvación para un problema endémico que arrastramos desde hace décadas y que amenaza con poner en riesgo la propia viabilidad del territorio. Lo demás son augurios ideológicos y protocolos fantasmas, cuando no fantasmadas en toda regla.

La inmigración, al menos en Castilla y León, no es un problema ni mucho menos, es una solución al principal problema de un territorio acosado por la fuga de ciudadanos a latitudes más prósperas o con ofertas vitales más acordes con los tiempos. La inmigración ordenada, reglada y legal. Cualquier otra opción de inmigración no se contempla en las leyes ni en los marcos normativos, por eso no es preciso especificar cuál es la inmigración a la que aspiramos y que nos ayuda a solventar el problema poblacional que tenemos, eso que ahora los políticos denominan reto demográfico con el ánimo de engañarnos, tratando de confundir con el lenguaje la crudeza de la realidad.

Pero no todo puede ser ni va a ser inmigración a nuestro problemas. También están las políticas destinadas a corregir los desequilibrios, que empiezan a propiciar que cada vez más seamos una alejada periferia a las grandes urbes y el arco mediterráneo, donde sigue brotando la prosperidad y los censos a los mismos pasos agigantados que medra nuestra despoblación y la de otros muchos territorios del Oeste y del interior.

Es la España de los desequilibrios. Y eso se corrige con políticas. Políticas descentralizadoras de verdad. Y con infraestructuras que doten de viabilidad y vigor a territorios tan amplios. Por eso el corredor Atlántico, por el que ya pelean autonomías tan diversas como Galicia, Extremadura, Andalucía, Castilla y León, País Vasco, Asturias y Cantabria. Ese debe ser un proyecto común y una exigencia irrenunciable del Gobierno central, ahora que hay fondos europeos interminables para grandes proyectos de futuro, no para despilfarrarlos en ideología. Y un gran proyecto de futuro para España es atajar los desequilibrios, generar igualdad entre territorios y dotar de iniciativas que hagan que la gente no quiera irse e, incluso, aspira a regresar o asentarse en la España desvaforecida.