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ADIÓS NAVIDAD.  A la vuelta el Año Nuevo. Asunto complejo pues, antes de que llegue 2023 en su crudeza, hay que hacer el balance del año que expira. Servidor lo tiene más o menos claro. Curiosamente, recién empezado el 2020 -el 17 de enero en concreto-, publiqué aquí mismo una reflexión titulada El que mueve los hilos. Me refería al Presidente del Gobierno con las tácticas que, según Gracián en su Oráculo manual, son comunes a todo tirano: «todo lo favorable, es cosa suya, y todo lo odioso se debe a terceros».

Finiquitado el 2020, podría concluirse que, visto lo visto, lo aplicado al Presidente del Gobierno parece algo demostrado. Es más, se trataría de toda una definición política en la que el tramposo por antonomasia no sólo siempre gana, sino que -siguiendo las tácticas que revela Quevedo en uno de sus célebres poemas filosóficos como propias «de los tiranos» que hacen «jornaleros desde esta Sierra Morena» a «Valladolid la rica»-, las trampas le salen blancas y blanqueaditas.

Un juego democrático en el que Sánchez es un verdadero maestro consumado. Hay que reconocerlo. De hecho, no existe marioneta o mesa de póker que, por derecho propio, no le pertenezca. Desde el cartón al tapete, la regla al hilo transparente, el pegamento a las pinturas, del vestuario a la expresión facial, de la mesa de jugar al teatrillo, y desde el dedo prodigioso que apunta al alma de las cosas y de las personas, todo es suyo. De esta materia rudimentaria emanan los atributos del «tirano aborrecido» -escribe Quevedo en el poema filosófico antes mencionado- que, como en un juego, todo toma vida propia.

Pero lo más suyo, sin duda, son las cartas. No hay trampa en la historia del póker que Sánchez no supere con sobresaliente. Él, telemáticamente, lee las intenciones de todos sus rivales; él es el campeón de la célebre Epic Poker League; él reduce a cenizas a los contrincantes de la Ultimate Bet / Absolute Poker; y para él el Full Tilt es un juego de niños que sólo engorda la leyenda urbana del Black Friday. O sea que, como escribe Quevedo en su alegato, estamos indefensos frente a las trampas: «Sacas ¡ay! un tirano de tu sueño;/ un polvo que después será tu dueño,/ y en cada grano sacas dos millones/ de envidiosos, cuidados y ladrones».

Lo más difícil de esta actividad lúdica constante es que el tramposo Sánchez siempre gana. Se sabe de memoria todas las jugadas, pone sobre la mesa la jugada que le conviene, y cambia las reglas del juego con la facilidad del tramposo que lleva su trampa hasta el rayo que no cesa. Sabe llevar su trampa hasta ese punto contradictorio en el que jugar ya no tiene sentido, pues lo que importa es ganar siempre porque yo lo digo, lo mando y lo quiero. Ambición viejísima, pues ya los clásicos, tirando de la lógica y del cartabón aristotélico, se preguntaban: «¿Si no sigues las reglas del juego, ¿por qué quieres jugar?».

En esto, y no en otra cosa, reside ahora mismo nuestro problema: que es inútil hacerle una pregunta tan fácil y evidente a un tirano. El tirano quiere llevar su juego hasta que se convierta, sistemáticamente en tiranía. ¿Pero hasta dónde llega esta ambición? Pues miren ustedes, esta misma pregunta se la hacía Juvenal en una de sus célebres Sátiras, y se responde así con un gran aplomo: «¿hasta cuándo la pasión por el juego llegó a tal desatino? Ya no es suficiente la bolsa, quiere llevarse el arca».

No le dé más vueltas al asunto como reflexión del año viejo y como entrada del nuevo. En esta obsesión sin retorno por llevarse hasta «el arca -lúditur arca»-, lo más jodido de todo es cuando se hacen trampas hasta en Navidad como es el caso de Pedro Sánchez. Es el colmo de la indecencia llevada con un desahogo y con una cara dura impresionantes, aprovechando que la gente está pendiente del turrón, de la familia, del gordo de la lotería, de los Reyes Magos, y de la bondad de unas fechas que tienen al Niño -con mayúsculas o con minúsculas da lo mismo- como principio y fin de una humanidad de esperanza más llevadera.

Pues no señor. Para Sánchez la Navidad no es más que el tiempo de un juego propicio para echar cartas sobre más cartas, y de pronunciar palabras sobre más palabras. Y no de unas palabras cualquiera, sino de las palabras más indecentes para que adquieran rango de ley: que los ladrones, filoterroristas, violadores, y golpistas, adquieran rango de obligado cumplimiento como bases del nuevo estado de derecho que quiere implantar la tiranía Frankensteiniana.

En medio de estas discusiones y entredichos, al nuevo orden les viene de perillas que haya bandos, que haya crispación a lo Zapatero, que no exista la lógica ni la proporción, que las palabras no definan la verdad, y que la gente confunda la tiranía con la democracia. En resumen, que todo lleve a lo que tanto aborrecía y señalaba Quevedo: a «los robos licenciosos, los tiranos,/ la máquina de engaños y armas llena,/ que escuadras duras y enemigos vierte». O sea, un tirano para la eternidad o una democracia que de él nos libre. El año será muy largo y las urnas muy necesarias. FELIZ 2023.