Con los pies en el suelo
NADA ME extrañaría más que el vino bautizado como ‘Demasiado corazón’ de la bodega berciana Almázcara Majara no se agotase antes de que lleguen las fiestas de Navidad. La publicidad que le ha regalado el Ministerio de Igualdad es impagable y gracias a la torpeza del que posiblemente sea el departamento más torpe de este Gobierno, su etiqueta, con un bonito cuadro de estilo mediterráneo en la que se ve la silueta de una persona en bikini, ha sido vista por miles de españoles, muchos de los cuales se habrán rascado la cabeza intentando entender qué demonios detonó el señalamiento del Ministerio de este Gobierno más se dedica a la caza de brujas. La respuesta de sus propietarios fue elogiable y también la rapidez con la que alguien en Madrid midió la profundidad de la metida de pata del Ministerio de Igualdad y mandó recoger el velamen y traer a puerto a las naves corsarias de la corrección política. Esas que tiran con pólvora del Rey a gigantes que son molinos. Desde luego no faltan piratas para meterse el cuchillo entre los dientes y lanzarse desde la jarcia social y mediática a la cubierta de los barcos del sentido común. El bodeguero del Bierzo ha tenido suerte, porque estos filibusteros no suelen hacer prisioneros y menos aún dejar escapar a sus presas. Un desacierto, este del cuadro y la etiqueta, que acabará bien para sus protagonistas involuntarios, aunque al bodeguero de momento le ha costado que le arrancasen de las manos su teléfono móvil cuando era entrevistado en directo para una televisión. Robo o censura callejera, no sabría decir. Pero el gran desliz del Ministerio de Igualdad sigue produciendo rebajas en las penas de individuos condenados por casos de agresiones sexuales, muchas de ellas a menores de edad. Encarcelados en algunos casos por someter a niños y niñas de sus propias familias. Este es un ejemplo más de una tendencia social que pretende influir en la justicia y la generación de legislación, en favor de la reducción de penas de cárcel. La mano dura como amenaza para prevenir el delito se aparta en favor de nuevas teorías conductistas que confían en que la educación, la socialización en otros términos más progresistas o la reinserción exprés eviten el excesivo castigo a los condenados y la superpoblación carcelaria. Uno no puede culpar a nadie por ser tan sumamente naif y creerse sus propias utopías, pero sí les conviene ver cómo la realidad vuela de un soplido sus castillos en el aire. Sobre todo si este tipo de entusiastas de los postulados woke menos acertados van a tener responsabilidades desde las que puedan poner en riesgo la seguridad de las personas y la convivencia social. La política, como todo, mejor con los pies en el suelo.