Diario de Castilla y León

Antonio Piedra

Homenaje a una persona inolvidable

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Permítanme hoy este pequeño homenaje. Hace unos días –el lunes 14–, murió el doctor Josef Forbelský, checo, y uno de los más grandes hispanistas que han conocido las letras españolas. Con cualquier excusa –investigaciones, congresos, seminarios, o simples visitas– se presentaba en Castilla y León porque es aquí –decía con la humildad y la limpieza que le caracterizaba– «donde se respira el español y se aprende tal y como vino al mundo». Aquí, entre otros, tenía grandes amigos como Miguel Delibes y José Jiménez Lozano, a los que tradujo con gran éxito al checo.

Era una de esas personas inolvidables, porque no parecía lo que era: un políglota que dominaba varios idiomas, un sabio cuya sencillez se identificaba con lo que decía Cervantes en los Trabajos de Persiles y Sigismunda : «en la llaneza y en la humildad suelen esconderse los regocijos más aventajados». Y era, sobre todo de una bondad a flor de piel contagiosa: siempre con una sonrisa hasta cuando el mal más doloroso le zurcía las entrañas.

Digo daño, porque sufrió en vida lo que no está escrito: fue encarcelado por los kamaradas de su país, fue desposeído de su cátedra universitaria por su humanismo militante y sus creencias religiosas, fue humillado hasta la condición de barrendero, y conoció el dolor dentro de su propia familia que soportó con la ejemplaridad que dice el maestro Eckhart: como «el más rápido corcel que lleva a la perfección».

Y sin embargo, sin descomponerse un ápice, tradujo a Cervantes, a Lope, a Góngora, a Gracián, a Valle-Inclán, a Ortega, a sor Juana Inés de la Cruz, a Borges, a García Márquez, a Clara Janés, y otros muchos más que ya no me caben aquí. Así que sí, Forbelský –a quien traté como a un maestro del que se aprende mucho– bien se merece el dulce recuerdo de las personas que dejan en tu alma un poso de serenidad, plenitud y gratitud.

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