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Últimamente un montón de gente me pregunta que qué tal estoy. Será que no les gusta lo que aquí escribo. A mí tampoco. No obstante, les contesto como María la Serona, una señora muy humilde de Villalón de Campos, pero con una gran filosofía a la hora de definir el ser y el estar: «¿Es que no me ve usted?, estoy en mi ser», decía. Ni Heidegger dio una respuesta tan ontológica en su célebre libro El ser y el tiempo para definir algo con «peculiar propiedad» que incluye también el hablar y el callar.

Igual que María la Serona anda este columnista: en su ser dando tumbos cada semana, y dudando si estoy en mis cabales o no, si soy el que creo ser o un panfleto del alba, si debo hablar de lo que veo como un loro, o si debo silenciar por decoro palabras y sentimientos. Al final me gana la cuchilla de Quevedo, y apunto a los ojos del Olivares de turno: «No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca o ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo».

Con Sánchez y su Gobierno, en cada fin de semana e inicio de la siguiente, empieza «la prueba ontológica» de Kant: si soy un pordiosero del yo, o una mierda pinchada en un palo. Y es que no puedo, señores, con este chute en el zancajo, con el destrozo de la paciencia por kilovatios hora, con la cuantificación del desastre a puñados, con la nueva recaudación para el desarme, y con el asalto a la lógica democrática como si fuera una vanguardia iconoclasta. A esto lo llama Heidegger, un «estado no resuelto» hacia la nada, «una posibilidad de la existencia» hacia el desmadre universal amenizado por la Tocata y fuga en re menor de Juan Sebastian Bach.

Vean si no el penoso estado de mi ser hacia eso que llamaba Heidegger «tener conciencia» durante la semana pasada y el inicio de la presente. Hoy lo centro en dos hechos incontestables que afectan a nuestro no ser como españoles, como votantes y como personas. Espero que no les guste en absoluto lo que escribo, como tampoco a mí. Pero los hechos están ahí en su salsa de kétchup prima como si fueran obuses rusos lanzados sobre Ucrania.

El primero, se refiere a la milonga en Bali del G-20. ¿Qué es el G-20? Pues lo que llamaba Heidegger una «estructura del como». Un elenco de tragones que se montan los 20 mandamases del orbe con banqueros, supermillonarios, organizaciones mundiales, multinacionales, científicos y sindicatos, para hablar de dinero y decidir el futuro y el modo de vida del planeta. Es decir, lo que llamaba Lenin «disposiciones transitorias» para atender «debidamente» a los perros del camarada Pavlov en plena hambruna de los soviets.

A la cita, con su Falcon, ha acudido Sánchez no como miembro de hecho y de derecho, sino como estrella invitada junto a Camboya, Surinan, Fiyi y otros países de menor cuantía. Pero él, con todo su ser, lo hizo como una estrella rutilante: con un atuendo muy chulo, colorista y balinés. Si la vez anterior en Roma supimos que triunfó Bill Gates con sus propuestas sobre el menú con insectos y hamburguesas con carne sintética o de alfalfa como futuro alimenticio de la humanidad, esta vez no sabemos nada de menús y casi de nada, lo que supone un gran alivio.

Lo que sí ha trascendido, como ha recalcado este periódico, es que «el mandatario más cortejado» en la cumbre mundial, y al que más han dorado la píldora los millonetaris del orbe, ha sido el tirano Xi Jinping. Lo que en mi caso plantea un serio problema con los valores ontológicos y existenciales del resto de la humanidad. Una vergüenza. Ellos solitos han blanqueado al tirano chino que justifica los 37, 8 millones de chinos que asesinó Mao, han olvidado el genocidio que ahora mismo ejerce contra los uigures, y se han pasado por la pernera la represión sistemática de las libertades en Hong Kong. Pero no seamos exigentes. Lo hacen por nuestro bien. Gracias al G-20 los derechos humanos y el futuro del planeta son una juerga, una fiesta que conjuran las bailarinas de Bali al ritmo del Sanghyang para ahuyentar los malos espíritus.

El segundo cortafuegos de conciencia para pasar la semanita que hoy empieza con desahogo, es una broma al lado de lo que acabamos de decir. Se trata de algo que espera a los que estamos en nuestro ser como la Serona, y que llega como una sorpresa muy chula que llamaba Heidegger «el sentido de un gran descubrimiento». O sea la Ley del sí es sí de la podemita Montero que ha resultado ser un fraude, una soberana incompetencia y un escándalo con jareta porque el delito está en la propia ley que excarcela a los violadores y deja a las víctimas en la cuneta del no es no.

Apencar con esta contradicción tan chulapona, es lo que le espera a Sánchez tras el G-20 y su visita a Corea del Sur. Un pistonudo tsunami como el que devastó las costas de Indonesia en 2018. «Un lejos de la humanidad» según Heidegger, que sitúa a los jueces en el facherío y en el machismo, a los políticos en la insolvencia más vanguardista, y a los ciudadanos en las cuadras del desperdicio pues «ni siquiera saben follar». O sea, que estamos en el cesto de la historicidad más descatalogada.