Diario de Castilla y León

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Vaya por delante que el asunto está prácticamente asentado. Asumido. Ya es costumbre. De poco pelo, pero costumbre. Sus símbolos llenan bares, comercios, calles, patios de colegio y botellón. Es lo que toca en torno a Todos los Santos, que es fiesta nacional y de guardar, por el momento. Todavía muchos hacemos la visita al cementerio, pero la gran movida de la sangre se ha infiltrado con su ridícula iconografía. La muñeca Chucky, el dalle en alto (así se llamaba en mi pueblo a la guadaña) y las calabazas de plástico color naranja son su imagen corporativa. Los santos no se quejan porque tienen mucho por lo que callar, tiempo tuvieron para actualizar y darle continuidad. Y eso que hay consenso, con y sin Dios, todos son difuntos. Pero ahora toca hablar del trueque y del caramelito. Nosotros no heredamos la fiesta de monstruos de mentira. No vimos a madre ni a padre ni a abuelos ni a vecinos haciendo el memo de puerta en puerta porque, entre otras cosas, esa noche, la víspera de Todos los Santos, se preparaba la visita al cementerio. Se ponían las flores a remojo. Pero repito, el circo llegó para quedarse. Y ha calado hondo en todas las edades, en la del niño y la niña. Nos han invadido un espacio muerto. Me da igual que venga de Irlanda (lo cual suena bien) o de Escocia, de Canadá o de los Estados “únicos” de América. En todos los casos, muy lejos de aquellas calabazas que a corte de navaja muchos chiguitos vaciamos y les tallamos ojos y boca con dientes de palillo y una vela dentro. Nos divertía de lo lindo. Y era gratis. Admito que estoy entre los detractores de ese discurso de terror infantil y sus disfraces que abarrota escaparates, algunos colegios, espacios “culturales” y, lo peor de todo, que no hay niño ni niña que no entre en el juego que tanto gusta a papás y a mamás, a yayos y a yayas. Quieras o no, te toca sonreír ante el mozuco con la cara ensangrentada. Manda huevos. Este carnaval de otoño se nos metió poco a poco y ya está aquí… y se queda. Pero la víspera de Todos los Santos es cuando Ángel Rufino sube a la torre de la catedral de Salamanca. Y van 36 años. El Mariquelo sigue la tradición con origen en el terremoto de Lisboa. El asunto tratado, cuyo nombre me reservo, entró por la luna del escaparate y de la cinta del cine y de la televisión. Y se “agarrapató”. En fin, siempre nos quedarán El Tenorio y el Monte de las Ánimas, en Soria.

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