La vida real y los paseantes
LOS PLENOS de las Cortes, que salen a bronca por sesión, los cruces de zarpazos entre sus señorías en las redes sociales y los mohines de ofendiditos de unos y otros se ven, estoy convencido, con tan poca preocupación como una tormenta en otro continente a miles de kilómetros de distancia por buena parte de los vecinos de los pueblos y ciudades de Castilla y León. Estas gentes que pueblan la Comunidad a buen seguro que se alteran por otras batallas que les son más cercanas y les enervan más que las disputas políticas y que, por el contrario, no mortifican en absoluto a los dignos paseantes de los pasillos del palacio de las Cortes autonómicas. En Burgos, por ejemplo, lo que más mosquea a los vecinos de la capital estos días no tiene nada que ver con cualquiera de las abudantes disputas partidistas autonómicas y nacionales. A la gente lo que le fastidia hasta el punto de molestarse en poner una queja, con lo conformistas y acomodaticios que somos en muchas ocasiones los burgaleses, es que les hayan cambiado de sitio el contenedor de la basura. El teléfono municipal que recoge las quejas ciudadanas echa humo por la avalancha de protestas de los vecinos, que están que trinan porque tienen que salir de excursión a buscar ese contenedor de basura que antes encontraban junto a sus casas. Un 43 por ciento, nada menos, se han incrementado las protestas a este teléfono de la pataleta. No convence ni apacigua que se hayan colocado contenedores nuevos y retirado los viejos, que en algunos casos han ardido más veces que las hogueras de San Juan. Los burgaleses más quejicas reclaman que todo vuelva a su sitio y se restaure la ubicación anterior. Que no se diga que en Burgos no somos reacios al cambio. Nos cuesta tanto que preferimos lo malo conocido siempre. Ni el hecho de que se creen más islas de reciclaje y se agrupen los contenedores para facilitar la recogida y rebajar el gasto de combustible y la emisión de gases pesa lo más mínimo para enjuagar la queja. El abismo entre las cuestiones que indignan a nuestra clase política y aquellas por las que no transigen los vecinos a veces se evidencian al volver las páginas de un periódico. Las penurias de la vida real de quienes no quieren cargar con las bolsas de basura de noche en el clima burgalés o se quejan de que las terrazas les quitan plazas de aparcamiento y unas páginas después, las tempestades de salón de quienes pisan moqueta y cuentan afrentas como Don Quijote cuanto veía gigantes y no molinos.