Cuando vayas al cine, lo mejor es que te calles
El cine sin ideología es una sala de butacas encendida con la pantalla en blanco. O como mucho el Movierecord aquel que duraba como media película mientras engullías unas aceitunas Lupy, la salada golosina. El cine sin ideología es un NODO mudo. El cine es ideología y tomar partido. Algo que puede parecer tan inocuo como la saga Star Wars, la que fue toda la puñetera vida de dios La guerra de las galaxias, tiene una carga ideológica que no hay Jedi que se la salte. Es un cuento medieval de princesas, malvados y duelos de espada en toda regla. Es la eterna temática novelesca y cinematográfica del bien contra el mal, encarnado en el lado oscuro. La redención de los villanos y el resurgir de la fuerza, ese elemento religioso esencial en la saga. Es un canto a la libertad, pero a velocidad de la luz, más allá del borde exterior. Con sus canallas, sus héroes, sus llantos nostálgicos y la fuerza de la amistad ensartada en un droide abombado. Una secuencia constante de empoderamiento femenino vestido de damisela envalentonada. El cine es magia, es sueño y es ideología primero en technicolor y luego en Dolby Atmos. Las salas empezaron a vaciarse de gente al tiempo que se llenaban del crujir de maíz inflado en cubos más grandes que los que llevábamos a la playa. El cine era el silencio mientras silbaba en la galaxia el Halcón Milenario, una forma de rebeldía como otra cualquiera contra el fascismo, contra el totalitarismo, contra el fascismo de los camisas negras de Darth Vader. Un cuento medieval en toda regla, de señores feudales y golfos galácticos. El silencio de la sala de butacas a oscuras. El estallido de dos sables láser a zurriagazo limpio. Puritita ideología. Por eso, aunque seas vicepresidente de la Junta o utillero de la Arandina, cuando vayas al cine lo mejor es estar callado. El consejo vale para la Seminci y para las Cortes, en sesión de tarde.