Santurrones
TENGO un amigo que se llamaba Santos. Siempre ha estado descontento con la denominación que sus padres pensaron para él. Le ha marcado de por vida. Las bromas que ha tenido que soportar, especialmente en la adolescencia, han sido continuas, constantes, permanentes. Que si llegará a los altares, que si su comportamiento está o no a la altura de lo esperado socialmente, que si su nombre le viene de ascendencia y alta alcurnia religiosa, etc. Hoy ha cambiado de nombre.
El término santo es una palabra polisémica, que ha sido y es prostituida por los que la utilizan. Para los católicos, la santidad es alcanzada cuando el papa, a través de uno de los organismos que forman parte del Estado Vaticano, la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, decide, previo milagro acreditado, que una persona ha conseguido un grado de perfección evangélica extraordinario. Tiene unas connotaciones políticas y sociales fuera de lo común. Basta con ver las canonizaciones multitudinarias de la Plaza de San Pedro. Sólo llegan a ese nombramiento quienes tienen poder, dinero e influencia, si bien es cierto que en el calendario eclesiástico hay previsto un día, el 1 de noviembre, para los santos sin nombre. En el caso de los evangélicos, la santidad es ya un hecho porque se reconoce así al converso. Fue Pablo de Tarso el que invoca de esta manera a los correligionarios en sus cartas. No es necesario que ninguna institución verifique tal situación.
En las religiones de oriente, al líder que propugna una forma de pensamiento, que lleva aparejada una doctrina y una determinada conducta, se le llama santurrón, sin que tenga carácter peyorativo. Para el pueblo llano, el significado de santo es mucho más sencillo. Se identifica con la persona que da buen ejemplo, que es justa y discreta. De todas las acepciones explicadas, me quedo con esta última.
En las plataformas digitales se acaban de estrenar dos series, cada cual más interesante. La primera se llama «Santo». Cuenta la historia macabra de varios asesinatos y trata de blancas entre Brasil y España. Uno de sus protagonistas es Raúl Arévalo. La segunda producción es «Narcosantos» y narra la historia de un empresario que no tiene otra alternativa que arriesgar su vida uniéndose a una misión secreta con agentes de su gobierno para capturar a un peligroso narcotraficante coreano. La palabra santo da para mucho.