Diario de Castilla y León

EDITORIAL

La regeneración política empieza por la educación

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LA REGENERACIÓN que tanto precisa nuestra sociedad empieza por las formas y la educación. Y las que hemos visto el martes en las Cortes de Castilla y León no son propias ni de un parlamento ni de unos políticos maduros. Emplear el insulto como instrumento dialéctico, como hizo Juan García Gallardo, contra un contrincante define más al que lo emite que al insultado. Por sus hechos los conoceréis y por sus palabras los distinguiréis.

No es nuevo en las Cortes este tipo de alteraciones del orden y la convivencia. Ya se vivió la pasada legislatura. Seguramente no sea el procurador Francisco Igea el más indicado para victimizarse por recibir insultos de un contrincante pero, en cualquier caso, eso no justifica la agresividad verbal contra nadie. Y menos en la casa común de todos los ciudadanos de Castilla y León. La casa que pagan y sufragan con sus impuestos, sueldos y subvenciones políticas incluidas. Nos cuesta un dineral esa institución como para que sólo sirva para las rencillas políticas y además se convierta en un lodazal indecente.

El presidente de las Cortes, Carlos Pollán, debe adoptar medidas inmediatas. Es su función principal y esencial, gobernar las Cortes e impedir que los plenos, que es donde reside la esencia del legislativo, uno de los poderes sobre los que se articula el Estado, se transformen en una pseudo tertulia casposa de la España de charanga y pandereta. Un jugador puede decidir desafiar las reglas y propinarle un codazo al contrario. Pero para eso está el árbitro. Para mandarlo a la caseta. Y si no lo hace corre el riesgo de que el partido se convierta en un campo de batalla. El árbitro no puede perder la autoridad ni arriesgarla por inacción o indolencia, porque entonces será la primera víctima de la contienda. Y, como buen portero de balonmano que fue, Pollán debe saber que cuando se recibe un tiro a puerta en formato misil, apartarse no es una opción. Hay que hacer lo posible para que no bese la red, incluso ante el riesgo de recibir el balonzo en los morros. Más vale moros hinchados que la cara colorada.

La política no puede ser un ejercicio de insultos. Pero tampoco de insinuaciones insidiosas. Y eso se los tienen que aplicar el uno y el otro de los protagonistas del pleno del martes. Hay muchas formas de insultar, no sólo empleando la palabra imbécil. Insinuar y sugerir también puede conllevar una ofensa. Y eso no tiene nada que ver con la agudeza de la retórica parlamentaria que incorpora la ironía, el sarcasmo o el ingenio.

Es obligación de la segunda autoridad de la Comunidad embridar el comportamiento de los parlamentarios. Y es obligación de los jefes de los partidos meter en vereda a sus huestes para que el camino no sea estar en el foco nacional al estilo de la política más estéril que hay, la que sólo está en la rencilla política y personal.

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