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PARA lograr entenderse pocos caminos parecen más lógicos y sensatos que hablar, comunicarse. Hablando se entiende la gente, es una frase al uso que siempre se tiene a mano cuando se quiere favorecer que las partes enfrentadas, y poco propicias al contraste educado de las respectivas posiciones, logren acercar posturas. Al menos hay que intentarlo. Y ahí aparece el lenguaje. Y cuando la sintonía comienza a fluir, suele decirse algo del estilo como eso de ‘hablamos el mismo idioma’. Vamos por buen camino. Las palabras, qué palabras y cómo decirlas, son fundamentales. Aún lo es más, aunque a veces se nos olvide, la voluntad. Querer llevarse bien, querer entenderse.

Ayer, en Barcelona, decenas de miles de personas se manifestaron para reivindicar la efectividad de expresarse en su idioma. El español. Para hacerlo en territorio español, en Cataluña. Porque el idioma es vínculo y arma. La palabra, decía Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro. Y el idioma de la palabra puede ser también un arma para humillar, para actuar con sectarismo, con supremacismo, para vulnerar un derecho tan fundamental como el de hablar en tu propia lengua, en un territorio en el que es oficial. Un derecho fundamental vulnerado sistemáticamente desde hace algo más de 40 años (un módulo de dictadura que parece bastante habitual).

Todos, t-o-d-o-s, los gobiernos de la democracia han hecho cesiones y la vista gorda para que en Cataluña se arrincone con xenofobia a quienes quieren hablar español. Primó su supervivencia con los votos de CiU… En pleno siglo XXI, muy cerca de aquí, se vulneran, ante la pasividad de la inmensa mayoría de la ciudadanía, derechos básicos del ser humano. Amnistía Internacional aún no ha dicho nada, oh, quizá porque las ballenas no hablan español. Ellas, víctimas de la gordofobia.

Recuerdo mi 8º de EGB. Una semana de clase en catalán, y la otra en el patio por reclamar las clases en español. ¿Sudáfrica? No, Gerona. España.