Ana Redondo, la edil que decidió no ser ministra
DIJIMOS QUE hoy sería otro día y cumplimos. Que no es asunto baladí tal y como están las cosas que el sol salga cada mañana. Aunque en esta ocasión lo eclipsen las nubes ocres de Danielle. Dijimos que tras versar sobre pistoleros y cuatreros hoy cambiaba el tercio y tocaba glosar a la concejal vallisoletana Ana Redondo. No era la nuestra intención pero había cierta ansiedad. De Ana Redondo se podrían decir muchas cosas. Pero el espacio nos limita el relato. Diremos sólo algunas. Es un concejala de Fiestas y Turismo como la copa de una pino de los que se alzan en las tierras sorianas de Vinuesa. Ha perpetrado unos festejos de la Virgen, de la Virgen de San Lorenzo. Ni que decir tiene, a la vista la histeria desatada en las redes, que el tal Derulo, Jason, el muchacho ese con el vientre de tabletas de Trapa, salió barato. Salió a precio de ganga para los que se escandalizaban de populismo con lo que cuesta una estrella internacional. Porque la cosas, para esos figuras, cuestan. Cuestan dinero. Pero lo importante es lo que valen, no lo que cuestan. La política de la precipitación suele culminar en ridículo. Por eso más que nunca hay que recetar prudencia. Prudencia y concejalas como Ana Redondo para los gobiernos. De las trabajan a destajo en silencio y luego atruenan con los conciertos, los fuegos y las ferias de días y de noches. Pudiendo ser ministra, como pudo serlo, que es su secreto mejor guardado, decidió seguir siendo concejala de Fiestas, Cultura y Turismo de Valladolid. Hasta para eso fue lista y no le perdió el ansia y la vanidad. Visto lo visto, pocas cosas más importantes hay en política hispana que regir las fiestas , la cultura y el turismo capital pucelana. Y ahora llegan el concurso de pinchos y la Seminci. Ocupen su localidad, a punto está de comenzar la función (Doble LP en directo de Sabina y Viceversa en el Teatro Salamanca).