Estufas acondicionadas
ANDAMOS de los Pirineos hacia abajo, hasta Ceuta y Melilla, y con los archipiélagos en el mismo saco, en periodo de sumisión obligatoria. Por el imperio de la ley. Además, nuestros queridos gobernantes, cuyo nivel medio intelectual daría, no sin esfuerzo, para la comprensión del mecanismo de encendido/apagado de un interruptor eléctrico, desean que introduzcamos un elemento volitivo en la asunción de las innumerables limitaciones que se nos van imponiendo. Que lo hagamos convencidos de que es una decisión propia.
Claro que, después de lo simpática y cívicamente que llevamos aquellos (inconstitucionales) estados de Alarma con los que nos enchiqueraron y castraron en movilidad, es normal que piensen que el aborregamiento social puede llegar a asumir como voluntarias algunas decisiones sin rigor técnico ni reflexión que toman desde sus despachos. Con unas buenas dosis de fútbol televisivo y alguna que otra paguita para que los jóvenes tomen ese tren que les lleva a ninguna parte, allí donde les conducen con políticas de distracción y promoción del dolce far niente, entienden que el asunto no es del todo difícil.
Por cierto, hablando de fútbol, en unos días se cumplirá el 50 aniversario de la alternativa de Roberto Domínguez, torero vallisoletano, en Palma de Mallorca, donde ahora también gobierna el ecologismo de moqueta y comisión. Disculpen la digresión, pero estos calores acrecientan mi espíritu de salmón, que me lleva a nadar contra la corriente.
Entre el (des)uso de la corbata, la elevación del aire acondicionado a temperatura de estufa y la sumisión química (todo sobredimensionado) nos van entreteniendo. La verdadera sumisión es ideológica, y emocional, inyecciones de un gobierno que necesita ciudadanos anestesiados. Meros peleles sin criterio, para que hagan y deshagan, a golpe de norma improvisada, bajo la amenaza, siempre presente, aunque cada vez menos eficaz, de que la discrepancia razonada y razonable sea tachada de fascista. Cosas del sectarismo.