Agua
AHORA que sabemos, por fin, que para el socialismo gobernante las sentencias del Tribunal Supremo solo son eficaces y obedecen a una constatación real de hechos criminales cuando los condenados son de otros partidos, ideologías y negocios, a quienes nacimos en un ambiente familiar vinculado con el mundo jurídico nos afloran recuerdos de infancia en los que escuchar cualquier pronunciamiento de nuestro alto tribunal poseía un poder incontestable.
Es cierto que a Sánchez los tribunales le dan lo mismo, salvo para intentar que sus afines se sienten en sus sillones. Y si hay que burlar una sentencia, en la que se falló sobre unos de los acontecimientos de mayor relevancia para el Estado en las últimas décadas, cual fue la de los sediciosos y malversadores independentistas catalanes, pues se saca un indulto de la chistera y todos a sus casas como si no hubiera pasado nada.
La inercia en el modo de gobernar del maniquí Súper Puma cualquier día nos sorprende con sendas calles dedicadas a Chaves y Griñán, protomártires del Supremo.
Así están las cosas por estas tierras, en las que las sentencias, las leyes y los impuestos pueden pasar de ser una realidad inapelable a ser papel mojado. La seguridad jurídica, y por tanto la confianza en quienes nos gobiernan, atraviesa un grave periodo de deshidratación. La lealtad y la coherencia se nos ofrecen como valores calcinados.
Comienza hoy agosto y es beneficioso poner un poco de tierra de por medio, o de agua, con la asfixiante realidad política y social, ante un horizonte de holganza cercano, que no será muy extenso en mi caso, pero siempre resulta necesario.
Es el momento de reconciliarse con el agua, que supera su valor hidratante y de higiene para adentrarse en nuestro universo de diversión refrescante. Una conexión retrospectiva hacia la niñez con ese aprendizaje de mantenernos a flote en la playa, que aparece en blanco y negro en unas fotos en las playas de Almería. Cabo de Gata. Cuando la inocencia era tan transparente como sus aguas. Con y sin sentencias.