Un gobierno sin alma
No lo digo yo, Dios me libre, lo ha dicho la vicepresidenta del gobierno, que cree que forma parte de un gobierno sin alma. Si cree que no la tiene o sabe a pies juntillas que nunca la ha tenido, sabrá por qué lo dice, o a lo mejor lo dice sin comprender que refrenda algo que ya sabíamos millones de españoles. El gobierno sin alma decide y pontifica en un país maltrecho que anda a la deriva. Incluso el Papa Francisco se ha puesto de acuerdo con Alberto Garzón - adalid del jamón en la Feria de Sevilla - para que no comamos carne. Da miedo pensar que el abismo más cruento que fermenta en la España desolada se ha arrojado a un vacío putrefacto que no tiene hospedaje ni señuelo ¡Alma de cántaro para el gobierno sin alma! La ministra Yolanda Díaz no es, ni con mucho, quien haya buceado en la novela que Vicente Molina Foix tituló El joven sin alma; donde sus protagonistas ingenian los mejores condimentos que urden la ficción. La ministra se emociona con sus propias boberías. Ah, perdón, ahora que recuerdo, también teníamos un hombre sin alma pululando por otra de las novelas de Sofía Solar. Tampoco la ha leído, porque si la hubiese leído habría reflexionado sobre los cambios tan bruscos e ilógicos que proclama su gobierno para adaptarse a una realidad que conduce a la nada. Eso sí, ha habido, hay, y seguirá habiendo muchas vidas sin alma, son vidas que destilan negaciones, vidas vaciadas como la España interior, vidas que laten en sí mismas y mueren en sí mismas. No pido a la ministra que se convierta en asceta y purifique su espíritu con los versos de Fray Luis de León. No le pido eso, solo pido que no diga estupideces. Que diga, si quiere, que no comamos carne, como lo ha dicho El Santo Padre duplicando a Garzón, pero que no presuma de un gobierno sin alma. Me da miedo escucharlo.
Que lea Alma y vida de Pérez Galdós y suponga que este mundo es una gran comedia donde puede analizarse todo lo habido y por haber. Que penetre en el alma de los sueños e imagine que ella misma es un sueño y que el delito mayor del hombre y por lo tanto de la mujer, es haber nacido e incluso haber soñado, que, más o menos, dijo Calderón. Hasta el don Juan Tenorio, engreído como la ministra, se dio cuenta de que teníamos alma cuando vio el fantasma de doña Inés. Que lea muy despacio la obra de Zorrilla, la de ese don Juan que acepta la misericordia y, por Dios, que no lea el de Tirso de Molina, porque habla de ese don Juan altivo, analfabeto y arrogante que se parece a ella.