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Debe ser que en materia de convivencia política aún somos muy tradicionales puesto que, a juzgar por los resultados de las recientes elecciones andaluzas, las fórmulas de gobernanza a través de multitud de partidos, empiezan a no convencernos demasiado. 

Después de la irrupción de numerosas fuerzas políticas supuestamente regeneradoras y abanderadas de la «nueva política», parece que la tendencia es la vuelta a la concentración del voto en opciones más tradicionales. Se ve que la gente se ha dado cuenta de que esto del poliamor político plasmado en gobiernos que se basan en el apoyo de multitud de partidos minoritarios no termina de funcionar. Es cierto que personajes como Mónica Oltra no contribuyen demasiado al prestigio de esas fuerzas minoritarias que crecieron al calor del hartazgo social y de la denuncia permanente. Pero el caso es que, por unos u otros motivos, partidos como Podemos, Ciudadanos, Compromís y demás mareas y mareos presentan ya claros síntomas de descomposición.

La realidad es que los andaluces nos han demostrado que los ciudadanos están ya muy hartos de Gobiernos cuya estabilidad y acción política dependen de fuerzas  minoritarias que son las que marcan el ritmo y someten a chantaje a los partidos mayoritarios. Además, estas fórmulas de poliamor en  política suelen practicarse con fuerzas de ámbito local, regional o nacionalista totalmente despreocupadas de los intereses de la mayoría de españoles en su conjunto. Adelante Andalucía, Soria Ya, Teruel Existe, León Ruge, Navarra Suma…no son sloganes turísticos sino la mejor expresión de ese poliamor político que no parece convencer.

En este contexto va a ser muy interesante la evolución del Gobierno de coalición en Castilla y León que los andaluces han convertido en una situación singular y excepcional. De lo que parecía iba a ser una tendencia generalizada hemos pasado a una coyuntura aislada  frente a los resultados en Galicia, Madrid y Andalucía. Quizá el Gobierno PP-Vox de Castilla y León sea la prueba de fuego para conocer si esa tendencia del voto hacia partidos fuertes tradicionales es la consecuencia de la desastrosa experiencia de poliamor político del Gobierno de Sánchez. O si, únicamente, es  la constatación de que  los Gobiernos de coalición son, por definición, perjudiciales para  el partido minoritario que acaba pagando los platos rotos y sucumbiendo cual esquiador acuático al que, en un momento dado, le sueltan la cuerda de arrastre y, simplemente, se hunde. La maldición del vicepresidente.