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ESTAMOS en plena batalla. No la de Ucrania que es clara, directa y mortífera. Sí en la de Andalucía que es solapada y también cruenta, pues se libra el proyecto de futuro que nos espera. Tras las guerras, se redefinen los mapas, y esta es la cuestión en Andalucía: se enfrentan las dos tópicas imágenes de las dos Españas. No la tradicional izquierda y derecha que ya no existen en la realidad. Aquí la batalla es la del pasado contra la del futuro: qué país queremos construir, para qué, y para quiénes.

Los enemigos no son sólo las fuerzas contrarias a nuestro pensamiento. Cuentan la evolución del tiempo y las circunstancias mundiales en los que se desarrollan esos planes de futuro. De ahí que sea tan difícil redefinir el futuro cuando queremos elaborar ese futuro con una mala copia del pasado. Pero hay elementos definitorios en esta batalla: no es tanto cómo se llama el partido que hace campaña con sus palabras y con sus ideas, sino más bien de la relación real de esas palabras y de esas ideas con la sociedad posible y real que podemos tener.

Me explicaré apoyándome en el pensamiento de un buen amigo mío –San Gregorio– que era filósofo, y perdonen el latinajo: «Nec in sermone laudabilis qui hoc quod loquitur opere non ostendit», que traducido dice: quien no demuestre con hechos aquello de lo que habla, no es digno de ser alabado ni siquiera por esas palabras. No puede ser elegido para hacer futuro quien se apoya en la mentira y en palabras mendaces. Ay de aquél que habla y hace del hecho un camelo. Mucho peor aún si dice y hace lo contrario.

Hablo de Sánchez, evidentemente, que es un «mendacium doctoris –un doctor de la mentira–, y que usa el lenguaje como arma de engaño y de manipulación sin despeinarse. Si el elemento básico de un ciudadano coherente en una sociedad coherente es que palabras y hechos coincidan, ¿qué decir de un Presidente y de un Partido que llevan cuatro años dedicados exclusivamente a lo contrario? Pues que la batalla de Andalucía parece clarísima: quien siempre miente, ya nunca engaña.

En Andalucía se enfrentan como nunca los valores democráticos más elementales contra la desfachatez más persistente y dañina de un Presidente. Hablo de coherencia, de honradez, de honestidad y de verdad, frente al trapicheo, al simulacro, la mentira, el engaño y la manipulación constantes. «Alea iacta est», la suerte está echada, César. Tarde o temprano la verdad sale a flote y cada uno ocupará el lugar que le corresponde como dicen en mi pueblo: a cada cerdo le llega su San Martín.

Lógico que la batalla del domingo sea a muerte. Un gato acorralado se vuelve león. Frankenstein está embarcado, y no por las otras fuerzas políticas, sino por la verdad. La última cacicada de Sánchez huele a gato muerto. Esa jugarreta desleal, incompetente y pueril con Argelia saldrá cara a los españoles. Si el fin de Zapatero fue triste y vergonzante, el de Sánchez será mucho peor, porque la verdad no es como ellos la pintan: un paraíso terrenal para progresistas con doctorado. Ya decía Gracián en El Criticón que «donde hay tantos doctores, hay más dolores».

Y tanto. Entre ellos y el resto, la diferencia es cada día más infinita. Esto lo sabe muy bien mi vecina Carmina, que se desloma encontrando las ofertas del día, y a la pobre no le llega. Aquí la verdad está en la hora de pagar los alimentos de primera necesidad en un país que sólo vive para los dispendios de la casta Frankenstein. Aquí no han subido las joyas y los yates. Sí el pan, la leche, los huevos y la electricidad con un Gobierno que dice defender a los débiles. Dan ganas de vomitar. Pues hasta aquí hemos llegado.

Con diferente lenguaje y en época tan distinta, me sorprende lo que se parecen las palabras y los pensamientos de San Gregorio con los de mi vecina Carmina. A veces creo que se trata de una reencarnación, y eso que yo hablo todos los días con el santo filósofo. Carmina, desde luego, santa y filósofa lo es a su manera, aunque no se dé cuenta y no tenga tiempo para salir en las televisiones o escribir una columna. Tiene que luchar por sacar adelante su casa cada día, a pesar de lo difícil que se lo pone su enemigo el Gobierno Frankenstein.

Me da pena que Carmina no tenga un libro publicado para leer su pensamiento, y que tanto tiene que ver con la tierra real que pisamos cada día. Como tantos otros, su vida es un libro abierto y, si los miramos y leemos despacio, tenemos mucho más que aprender de ellos que de los que estudian en la facultad de políticas. Se les llena la boca hablando de pueblo, de gente, de ciudadanos. Pues eso es Carmina: gente real, no personas de diseño en los programas políticos de la izquierda. Y esta es la batalla de Andalucía.

Van a perder las elecciones no porque mientan, que mienten con superabundancia y tomadura de pelo, sino porque llevan tanto tiempo haciéndolo que no saben qué es verdad y qué mentira. En su soberbia dislocada, los suyos tienen la condición de «monaguillos», y los demás el rango de servidumbre: «¡no estorben!», dicen. ¿No les dará vergüenza a estos demócratas sostenidos?