Justicia y opinión
LO ODIOSO de las comparaciones puede provenir, veámoslo con perspectiva, por su iniquidad, cierto, o por su irrefutable éxito cognitivo. Incluso terapéutico. Sobre el nazismo y el comunismo, por ejemplo. Hay quienes, escorados por el exceso de carga lateral de su pecio ideológico, censuran que José Luis Concepción, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, se haya expresado respecto de ambas maquinarias generadoras de esquelas situándolas en un plano de igualdad criminal. Y con la alusión, nada fuera de cacho, de que las democracias, o en todo caso las urnas, sean o no verdaderamente legítimas, pueden tomar partido por formaciones que, realmente, no tengan nada de democráticas.
Suele ser el efecto de garantismos excesivamente permisivos, por mediocridad intelectual o temperamento pusilánime. Se acepta todo por si acaso emerge una acusación por poner límite a lo que, claro, debe tenerlo. Así, quienes acusan de fascista al que advierte de la extralimitación bajo el amparo democrático de argumentos dictatoriales, llegados al poder blanden sin pudor sus ansias de represión, censura y sectarismo. El podemismo es una muestra efectiva de incalculable valor. Como variante del comunismo más rancio, con su supremacismo ideológico ya catastrado, la independencia judicial, la libertad de prensa y la tauromaquia ya no existirían, salvo en un formato meramente instrumental bajo la batuta del Sóviet Supremo otrora vallecano.
Poner de manifiesto lo evidente, que las dos ideologías más mortales para la Humanidad han sido el nazismo y el comunismo no parece exceso alguno
Un juez debe ser imparcial en sus sentencias, en su actuar jurisdiccional. Obligar a algo diferente sería tanto como forzar a todos los miembros de la judicatura a mostrar públicamente su voto en blanco cada vez que tuvieran, como ciudadanos del censo electoral, que acudir a emitir su sufragio en las urnas. En todo caso, poner de manifiesto lo evidente, que las dos ideologías más mortales para la Humanidad han sido el nazismo y el comunismo no parece exceso alguno. Sí lo es el anacronismo de la pervivencia de la segunda.