Diario de Castilla y León

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«EN LO QUE VA DE AÑO, los lobos me han matado doce animales». Es el recuento de un ganadero burgalés del pueblo de Rozas de Valdeporres, fronterizo con Cantabria en verdes tierras de leyendas y cargadas de historia. Y de lobos. José Miguel Sainz, que así se llama, se está pensando qué hacer con su futuro. Si «arre o so» porque está harto del desgarro en su porvenir por los ataques del lobo. Su caso evidencia que la casuística de este problema no ha sido suficientemente estudiada por la administración estatal y los lobbys ecologistas que presionan y sustentan la prohibición de la caza. A José Miguel las manadas de lobos que se mueven por las poblaciones de Las Merindades le han matado  tres potros y 9 terneros -otros 7 el año pasado- de razas en riesgo de desaparición como son los caballos ‘Hispano-Bretón’ y las vacas de la raza ‘asturiana de la montaña’. «¿Es que estos animales importan menos que el lobo?», se indigna este ganadero, que se lamenta también de que no tendrá compensación alguna por parte de la Junta y el Estado ni los seguros le van a cubrir «el potencial que tenía con la potra de dos años que me acaban de matar» porque la quería dedicar a la cría para mejorar su cabaña con vistas a la PAC. Los lobos le han robado el futuro de su explotación y las administraciones públicas son incapaces de dar respuesta a los problemas que se les plantean a los ganaderos. Por ejemplo los problemas para cobrar indemnizaciones por no identificar  a los potros, una operación que no es tan fácil como colocar los crotales de identificación del bovino ya que, el equino tiene implantado un microchip y los propios ganaderos no están autorizados a poner microchips a los potros. Los lobos le han matado tres recién paridos a este ganadero burgalés al que los seguros tampoco le dan solución. La pregunta final es si la caza del lobo al norte del Duero es o no la solución a este conflicto. La respuesta es que no o no sólo si no se solventan las dificultades que padecen los ganaderos para que se les compensen los daños que realicen los lobos, se les cace o no. El veto estatal a la caza del lobo es ilógico e ideológico, propio de los prejuicios ecológistas que tanto han influido en el PSOE pero no es incompatible con otras medidas de control de la población del lobo. La administración tiene que intervenir para evitar la proliferación descontrolada de la especie y su afición a atacar la ganadería. Se habla de esterilización, traslado de ejemplares, aunque no los van a recibir con los brazos abiertos en ningún sitio, o incluso sacrificios controlados por parte de las administraciones públicas. El debate del lobo no se acaba tras las elecciones y los políticos tienen que hablar con el campo antes de lanzarse a meter la pata. Los lobos son ellos, como dice la canción.

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