La felicidad
DURANTE los últimos días han vuelto a recordarnos que España es el segundo país menos feliz de Europa y eso quiere decir que los españoles estamos imbuidos en un laberinto sombrío y gubernamental que se siembra en terrenos infértiles y muy poco ventajosos para lo que demanda nuestro interior, nuestro ánimo, bienestar, anhelo y esperanza. Para concurrir a los lugares en que ustedes sospechan que debería de residir el auténtico sentimiento que nos induce a la dicha. Ya que transcribiendo el resultado de los estudios interestatales sobre la felicidad, deducimos, echándole imaginación, lo que podría ocurrirle a una familia en casos similares, y nos daríamos cuenta de que los padres, en su caso, rotularían, por ser padres, la pauta inicial y necesaria para que el resto de los miembros supiesen latir en ese estado de ánimo tan capaz de orientar hacia emociones positivas. La felicidad es sentimiento, estado de ánimo y, en último extremo, un objetivo absolutamente legítimo y deseado por todos y cada uno de los seres humanos que palpitan en cualquiera de las latitudes de La Tierra. La felicidad no es dinero, ni poder, ni reírse a carcajadas, ni esos otros dislates engañosos que son solo engañosos. Ya nos habían dicho infinidad de veces que la riqueza no da felicidad y que, en todo caso, la excesiva riqueza ofrece, solamente, la posibilidad de comprar los bienes materiales que se desean, pero no compra, nunca compra, jamás compra el sentimiento que late en el lado íntimo y sustancial de cada uno de nosotros. Y lo digo de ese modo, porque las huellas de la felicidad precisan de un equilibrio que ha de pulsarse en el medio en que vivimos y en nuestro particular organigrama.
Sin embargo, nuestro continente europeo ofrece elevados estándares de felicidad en países que delimitan climas casi extremos, donde el sol está ausente con frecuencia, porque en alguno de ellos como Finlandia o Noruega emerge el Polo Norte. Eso vuelve a querernos decir que somos, nosotros mismos, nuestras circunstancias y nuestros gobernantes, perfiladores del camino que delimita los espacios felices o infelices.
¿Por qué ahora dicen las encuestas que no somos felices, si los españoles nos habíamos manifestado como seres felices en la década de los ochenta? La muerte de Franco había traído nuevas posibilidades democráticas que estaban traducidas en la concordia y armonía con que supimos convivir los españoles en los años ilusionantes. España fue el país renovado y esperanzado que despertaba a un filón de ritmos que se han ido diluyendo poco a poco; para regresar a los matices que manosean el pasado y palpan las heridas que estaban ya curadas. ¡Sánchez representa el gobierno que nos hace infelices! Gobierno que propone normas abusivas y falsamente amparadas en el ‘Estado de Bienestar’. Gobierno que empobrece y se empobrece, que propugna el ecologismo de pacotilla, el feminismo de pacotilla y que cancela sectores económicos sin ofrecer alternativas.