Diario de Castilla y León

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NO soy tan mayor como Carlos San Juan pero espero poder decir, como él, que no soy idiota. No lo sé. Tampoco vivo en un pueblo, sí en la única ciudad de la provincia de Soria, eso sí, muy cercana al campo, tanto en sentido figurado como real. San Juan se está cerca de los 80 años pero, a dos décadas de distancia de uno, ha conseguido un gran logro. Como poco poder confirmar que, efectivamente, es mayor, pero no idiota. Lo dicho, uno no encaja en la primera parte de la frase, pero el temor es no encajar tampoco en la segunda. Sí, porque pese a ser casi octogenario, Carlos se ha rebelado con la forma en que le trata la banca, contra la exclusión financiara a la que somete el mercado financiero a los mayores, pero también a quienes tienen otro tipo de dificultades para seguir el ritmo de la digitalización y de la vida moderna, como quienes viven en los pueblos. No digamos ya quien es mayor y vive en el medio rural de donde han huido los que en su día obtuvieron una buen rentabilidad de los ahorros y las inversiones de gente relacionada con la agricultura o la ganadería, pero a los que ya no les compensa mantener una oficina, un cajero o ni siquiera desplazar a un empleado. San Juan se rebeló contra eso y a través de la recogida de firmas ha conseguido una victoria que deberá confirmarse en la normativa que finalmente ponga en marcha el Gobierno. De momento, los banqueros han tenido que ponerse las pilas para buscar fórmulas con las que satisfacer las demandas de una parte tan importante de la población a la que se está dejando en la estacada por parte del sector sin miramiento alguno. Uno no es tan mayor, pero tal vez sí un poco idiota, porque asumiendo la modernidad ha ido aceptando un trato no humano en un lugar al que se está obligado a acudir, porque ya no está permitido tener el dinero en la viga o bajo el colchón, que los pagos en efectivo están ahora muy limitados. Y como es obligatorio, el cheque lo cobra usted de 9 a 11 los miércoles en la oficina y como lo intente a otra hora igual se lleva un grito. Sí, los que nos hemos adaptado a la modernidad mejor que Carlos San Juan igual somos un poco idiotas o dejamos más alegremente que nos traten como tales. Sí, esos a los que ayudamos entre todos cuando tuvieron grandes apuros. Vale, había que hacerlo, pero se echa de menos al menos un poco de agradecimiento, más difícil cuanto mayor es la internacionalización y, por tanto, el desapego. Por eso se agradece que en algunos lugares hayan sobrevivido, y con éxito, quienes aún quieren seguir siendo cercanos y atender bien a los sanjuanes. 

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