La vieja del visillo
DESDE la vieja del visillo hasta Pegasus el ser humano ha demostrado permanentemente su inagotable afición a conocer la vida y milagros de los demás. Podríamos citar innumerables ejemplos de la avidez por conocer las intimidades de nuestros congéneres, pero recientemente hemos tenido casos muy llamativos.
Los avances tecnológicos y el desarrollo de todo tipo de dispositivos móviles se han convertido en la herramienta perfecta para indagar en nuestras comunicaciones e intimidades. Nos hemos acostumbrado de manera insólita a que constantemente se publiquen conversaciones y whatsapps privados capturados, sabe Dios cómo, de los teléfonos móviles, como si fuera lo más normal del mundo. Nos quedamos con el lamentable fondo de conversaciones y audios tan detestables como las que hemos conocido de Piqué o de los aprovechados comisionistas de las mascarillas. Pero ignoramos las preocupantes formas de obtener conversaciones privadas de nuestros teléfonos móviles y lo que ello supone. Por fortuna las conversaciones, contactos y mensajes de la mayoría de nosotros carece del menor interés o transcendencia como para que nadie pierda tiempo en espiarlas. Pero la mera posibilidad de que cualquier cosa que digamos o escribamos en nuestros móviles puede ser espiada con tanta facilidad y publicada en cualquier medio debería preocuparnos seriamente Y no sólo por atentar a nuestra intimidad, sino, sobre todo, por lo que supone de limitación de nuestros derechos y libertades.
En otro nivel tecnológico se encuentra lo que podríamos llamar el espionaje retrospectivo o cotilleo político que alcanza su máxima expresión en momentos de nombramientos de cargos públicos como el que vivimos actualmente en Castilla y León. Basta la mera posibilidad de que alguien sea designado para algún cargo público para que un ejército rabioso de contrincantes, perfectamente entrenado, se lance a investigar en google para poner en marcha la trituradora política en busca de cualquier problema, desliz, comentario, pecado de juventud o foto desafortunada. Nadie, por muy ejemplar que sea, resiste a tal ejercicio de saña sectaria para destacar cualquier cosa negativa de su trayectoria personal o profesional. A los políticos se les debe exigir ejemplaridad, pero eso no significa que tengan que ser Santos o Apóstoles rodeados de un áurea sin mácula Bastantes monsergas apostólicas hemos aguantado ya en estos últimos años por los supuestos Reyes de la Transparencia.