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NO ES LO MISMO. Nada tiene que ver cómo se vive la guerra de Ucrania aquí a cómo se vive en Centroeuropa. En primer lugar la situación geográfica nos hace percibir la guerra con cierta distancia. El hecho de ser uno de los países europeos más alejados de Ucrania nos hace sentir el conflicto con estupor pero con cierta sensación de un desastre que estamos viendo por televisión con escenas dramáticas que aún no forman parte de nuestro día a día. Nada que ver con la situación en la mayoría de las capitales centroeuropeas donde el estupor y la rabia se mezcla con la desgracia cotidiana de cientos de ucranianos que empiezan a agolparse en estaciones de tren del corazón de Europa. Familias con una vida muy parecida a la nuestra hace dos días y que hoy pueden verse agotadas y desorientadas vagando en cualquier estación europea. La guerra en vivo, la de verdad. No la que vemos por televisión.

Esta circunstancia junto con el recuerdo de la última guerra mundial sin la participación directa de España convierte a las ciudades centroeuropeas en un ir y venir de gente a la que ya se le adivina el miedo en los ojos. El miedo de quien conoce o recuerda el terror de los bombardeos y el olor a destrucción de ciudades arrasadas y reconstruidas. Nuestro estupor y solidaridad se mezcla en Centroeuropa con una sensación de temor que se detecta fácilmente en la calle. Ellos conocen mucho mejor que nosotros a los rusos y de lo que son capaces.

 Nuestra percepción de los rusos se limita a grandes fortunas, derroche, propinas enormes y negocios más o menos oscuros Nada que ver con la imagen histórica que los polacos, los checos o los alemanes tienen de los rusos a los que en el fondo de su subconsciente identifican aún con el terror, la violencia y la crueldad. Ellos les conocen mucho mejor por lo que esa sensación de miedo que aun no ha alcanzado a España se extiende como una sombra silenciosa por todo el continente. 

El recorrido de España a Ucrania es un viaje por el estupor, la incredulidad, la rabia, la solidaridad, la tristeza y el miedo hasta llegar al valor del pueblo ucraniano que nos está dando una lección de fortaleza, dignidad, orgullo y resistencia. Un ejemplo de unidad y orgullo por su cultura y su país que debería hacernos reflexionar en España sobre ciertas actitudes separatistas y revisionistas sobre la memoria de nuestros más dramáticos episodios. Algunas de nuestras reivindicaciones territoriales suenan ridículas ante el ejemplo de los ucranianos que ya quisieran tener lo que nosotros con frecuencia desdeñamos.