Corazón en carne viva
ESCRIBO esta columna, y esta vez no me sale el sentido del humor para relacionarme con el mundo. Estoy sólo ante la ruina del tirano Putin que todo lo reduce a escombros. Marquitos ve las imágenes de niños llorando, y llora sin consuelo. Carmina, que ya no tiene aceite de girasol para guisar, lleva a Cáritas la última botella «porque algo tendré que aportar». Y mi psicólogo, para disimular, me dice que ha perdido la fe en la humanidad. Ya ves, la estación de Atocha se llamará de Almudena Grandes. No es algo ideológico, sino de estupidez que no asimila un sistema nervioso normal. Se han roto los límites. La estación Puerta de Atocha será siempre Atocha, como la Puerta del Sol será la del Sol.
Así que hoy -mientras veo en la tele las atrocidades de Ucrania- puedo escribir la columna más triste de mi vida, que diría Neruda, o atenerme a las palabras feroces de Simone de Beauvoir -que leí de joven en su gran obra Las bocas inútiles-, y que refieren algo muy actual: los tópicos que se imponen para justificar un sueldo, las trampas del pacifismo en doble dirección, y las bocas inútiles que no hacen nada ni en la guerra ni en la paz, sino zampar a dos carrillos del chiringuito pancista y pantagruélico.
Y todo esto, repito, mientras uno ve en directo el espanto de Ucrania. El único problema es que en la vida real de Ucrania los muertos luego no se levantan terminado el rodaje y los créditos, sino que se van a la tumba. Los que quedan a su alrededor no interpretan que lloran, sino que el sufrimiento les pone el corazón en carne viva.
Escándalo y vergüenza. Estamos viendo desde lejos con resignación malsana que así es el mundo, que así gobiernan los locos, y que los sensatos sólo tienen el papel de víctimas o de mirones. Ante esta superchería televisiva, Catherine nos increpa en Las bocas inútiles: «¿Cómo es posible ver esta atrocidad sin impacientarse? Tienes una cabeza, un corazón, dos manos, ¿y no quieres hacer nada con ellos?».
Nada, o muy poquito. Como muchos, yo soy uno de esos mirones. Pero sospecho -al paso que va en España su economía esquilmada como si fuera de guerra- que nuestra indiferencia se convierta en lo que auguró Jean Pierre en Las bocas inútiles: «en una prisión» para albergar al grupo más numeroso de víctimas. Lógico con este inútil y perverso Gobierno Frankenstein, que lleva el barco al centro de la tormenta con publicidad engañosa y jactancia de casino en quiebra. Sólo con los impuestos de la luz, la asfixia es de agonía silenciosa y apagada, y apunta a un futuro inmediato de celda: acabaremos con velas.
No se engañen con la recurrencia al pesimismo. La realidad ahora mismo es mucho peor. El mundo está situado en el abismo, al que nos han empujado decisiones equivocadas de los últimos años en economía, política, educación, y en tantas otras cosas. Si cae la avalancha de la montaña arrasándolo todo, es porque antes la nieve se fue apilando poco a poco. Como afirma Louis en Las bocas inútiles, «nos hemos convertido en verdugos adjuntos», y ya sólo nos quedan dos opciones: «morir inocentes o vivir combatiendo».
¿Cómo es posible que mueran niños en las calles de Ucrania mientras los políticos europeos hablan en Versalles sobre el sexo de los ángeles? ¿Cómo es posible que un asesino como Putin tenga en sus manos el destino de la humanidad? ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo nos puede dirigir en España un Gobierno Frankenstein formado, en un alto porcentaje, por el ideario comunista que ha destrozado a media humanidad, y que campea entre nosotros con la etiqueta de progresismo intelectual y democrático?
Decir esto sé que me genera enemistades, como ocurrió con la última columna con amigos cercanos. Evidentemente, su ideario no es el mío. Y voy más allá: las cosas que suceden hoy, aquí y ahora, no vienen de hoy. Cuando en una tierra nacen patatas, es porque hace tiempo alguien las sembró. En España se han cultivado muchas cosas a lo largo de los años, cuyas cosechas han generado demasiado sufrimiento. Lo demás son cuentos chinos.
Quiero decir con esto algo muy sencillo: que hay otra postura distinta de hacer y de decir las cosas que no coincide, precisamente, con los invasores y totalitarios de turno. Coincido con lo que denuncia Catherine en Las bocas inútiles : esa caterva coral de neocomunistas con cargos «pasarán por aquí, pero no esperes conmoverlos; son ciegos y sordos». Están con los tiranos. Son loros con frases aprendidas, voceras de la nada, bocas inútiles, amplificadores del ruido para ahogar los gritos del sufrimiento y de la verdad.
Pues no señores. No. La verborrea de estos locos no puede eliminar de cuajo la sensatez, la honradez, la justicia, y el dolor de las víctimas en Ucrania y en cualquier lugar del mundo, por mucho que al monstruo de Frankenstein se le aderece con mermelada rusa putinesca. Intentarán con cañones y bombardeos, con bombas atómicas y armas químicas de destrucción masiva, robarnos la risa, el llanto, el modo de vivir y de amar, pero como dice Clarice en la obra de Beauvoir con el corazón en carne viva: «no me robaréis mi muerte», asesinos.