Siempre he desconfiado de aquellos que solo beben agua -y templada-, de los que no responden a la sonrisa de un niño, de aquellos que nunca se enamoran, de los que se empeñan en suavizar a Putin, de los que no beben vino y, sobre todo, siento una indiferencia malvada por aquellos conciudadanos, villanos y mortales que son incapaces de sentir algo ante la salvaje exuberancia libertaria de un almendro en flor. Un árbol libre que siempre marcó la linde, que nos regaló el turrón y una sopa única y que nació donde quiso el pájaro y su pico. El almendro nace y agarra donde le da la gana. Pasa inadvertido todo el año, pero en los albores primaverales se desnuda, explota, sale a escena y ocupa su lugar de protagonista único en el decorado natural. Es asombrosa esa capacidad que tienen los almendros para convertir baldíos y tierra quemada en jardines japoneses a la intemperie. Todos tenemos un almendro en nuestro armario sentimental de recuerdos bonitos. El almendro lleva con nosotros toda la vida. Su flor es el regalo que nos hace la naturaleza todos los años. Cuando florece con esa estampa nipona -tan de sakura- del blanco al rosa es capaz de arrancarnos una sonrisa. Y se repiten los adjetivos, las exclamaciones, las frases de júbilo, casi salmos divinos desde la ventana, la ventanilla del coche y del tren o caminando por esos vericuetos de siempre, que ahora son rutas senderistas que se andan por andar. Antes se iba y se venía porque en ello se nos iba la vida. Bendito camino pisado. Qué bonitos están los almendros. Y en esto, consenso general. Y es que la belleza de un almendro en flor reside en su espíritu anarquista, no es propiedad de nadie, es un sin papeles, pasa de permiso de plantación y lo hace con descaro y a la intemperie y, encima, poliniza. Plantea dudas sobre los paisajistas de gruesas facturas en las concejalías de jardines. El almendro es la tienda gratis y abierta en el otoño, brota y florece a su libre albedrío y vive Dios que todo lo embellece: la orilla, el camino, la escombrera… Allá donde esté un almendro en flor la tierra sonríe. Pero no todo es poesía. El almendro es rentable y necesario. Lo volví a comprobar recientemente en La Fregeneda, que está en la Salamanca florida, la de la estación perdida, la del puerto olvidado, la de los caminos de hierro y la patria de la flor del almendro, en el Arribe que está en La Raya.