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AL MARGEN del cachondeo viral formado con el nombre del número uno del tenis mundial y su polémica participación en  Australia, la realidad es que Djokovic se ha convertido en el abanderado mundial antivacunas. La eficacia y los efectos positivos de las vacunas son incuestionables pero esta situación está alimentando un creciente movimiento negacionista que encuentra su principal combustible en la sobreinformación viral y en la falta de información científica clara y contrastada. Sobran noticias falsas y pseudo estudios en las redes sociales y se echa de menos una mayor contundencia y claridad informativa de las evidencias científicas contrastadas en informes y estudios sólidos, veraces y concluyentes.

La falta de datos claros sobre los resultados de las investigaciones científicas o la escasa información diferenciada entre vacunados y no vacunados sobre los efectos reales de la vacuna en términos contundentes, aunque duros, sobre porcentajes de fallecimientos, ingresos hospitalarios, evolución de los enfermos…contribuye al crecimiento negacionista. Lo cierto es que efectivamente toda esta falta de transparencia científica está alimentando el «efecto Djokovic» y convirtiendo la vacunación casi en un acto de fe en los comunicados oficiales o en las recomendaciones de las autoridades. Y la vacunación no puede ser ni un acto de fe ni una recomendación. Si efectivamente las evidencias científicas demuestran de forma veraz y contrastada su eficacia, las vacunas deberían ser obligatorias para todo el mundo. Y deberían serlo por los mismos argumentos jurídicos y de salud pública que lo es el uso del casco o el cinturón de seguridad sin que nadie vea en ello ningún atentado a las libertades individuales, teniendo en cuenta, además, que su incumplimiento no pone en peligro a terceros como si lo hace la falta de vacunación.

Eso sí, para ello es imprescindible mayor y más clara información científica de primera mano sobre los procesos de investigación y sus resultados. No basta con tratar de salvar la responsabilidad diciendo que los beneficios superan a los riesgos. Eso no deja de ser un juicio de valor que corresponde a los destinatarios de las vacunas una vez que conozcan con claridad y certeza científica cuáles son realmente los riesgos y cuáles los beneficios. De lo contrario el «efecto Djokovic» seguirá creciendo alimentado por los beneficios económicos de las vacunas, la aparición de fondos de inversión vinculados a valores farmacéuticos, las elevadas tasas de contagio y ocupación hospitalaria  en España o la evolución favorable de la enfermedad en Sudáfrica sin apenas vacunación.