Navidad en democracia
TIENE LA NAVIDAD ese no sé qué de querer desbrozar algún misterio. Tiene tantas trampas peligrosas, algunas tan luminosas y parpadeantes que no lo son (aunque permitan acogerse a determinadas excusas consumistas), de puro inocentes y evidentes, y otras más enmascaradas, éstas sí insidiosas, que otorgan a este tiempo una inquietud interesante, cercana, supongo, al entusiasmo presentido de un investigador a punto de dar con la clave que resuelva un enigma de la ciencia.
Puede producir un candor ñoño, como un eco de villancicos infantiles o, en sentido contrario, que emerja un sincero sentido de justicia social, siempre que, previamente, se pele tan manoseada fruta de su cáscara de ideología electoral.
Hablando de justicia, tampoco es mal tiempo para intentar un acercamiento a los nuevos desfavorecidos, los parias propios de los excesos que se permiten en democracia, y que muchos, no pocos, muestran como prueba de libertad, paradójicamente. Ahí están los excluidos por querer ser educados en su oficial lengua materna, llámasele español o castellano, en Cataluña.
Por supuesto muchos de quienes actúan con su impune supremacismo y sectarismo ya han instalado en sus hogares un belén magnífico, en el que la estrella que lo preside muestra los colores que la Corona de Aragón prestó a los catalanes cuando aún ni lo eran. En cuanto a los Reyes Magos entiendo que serán impostados presidentes de su república, de solubilidad instantánea, de playmobil.
El caso es que el nacimiento de Jesús, con su realidad histórica y religiosa a aceptar o rechazar a gusto del consumidor, debe abrirse a nuevas interpelaciones que, con la obligada acogida de los más necesitados por razones de supervivencia, incorpore también a los que, tan cerca de nosotros, sufren por sus ideas, creencias y preferencias lingüísticas.
Un tiempo de renovadas injusticias, tanto que incluso los sindicatos también apedrean a los más débiles y vulnerables. Gobernados por incompetentes, incultos y acomplejados. De tales organizaciones, que tire la primera piedra quien esté libre de corrupción.