Diario de Castilla y León

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Al vuelo de Urueña. El miércoles, y en la sede central del Instituto Cervantes  de Madrid, la Asociación Colegial de Escritores de España hizo entrega del Premio Ángel María de Lera –dedicado al fomento de la labor del escritor y de la lectura–, a la Villa del Libro de Urueña. Motivo: porque durante el nefasto 2021 ha tenido «como actividad fundamental la cultura vinculada al libro y por su apoyo a la labor de los escritores y escritoras». 

Nadie como la Asociación Colegial de Escritores de España sabe la debacle cultural que ha supuesto el Covid 19. Se ha llevado a cientos de creadores por delante, y ha dejado a miles en la miseria más absoluta. Las cifras que refiere la propia Asociación Colegial son pavorosas. Por eso, es tan importante este premio a la Villa del libro de Urueña: porque ha sido, queridos amigos, un canto de libertad cultural, y una franquicia irreductible frente a un covid reductor y arrasante. 

La Diputación de Valladolid, el Ayuntamiento de Urueña, el Centro Elea Miguel Delibes, las diversas librerías, los museos, las fundaciones, y otras instituciones  –con todas las personas que caben en ellas, que respiran amor por la cultura, y que expanden su diversidad a espuertas–,  han tenido durante más de una década esta consigna que han agudizado, sobre todo, en este año de desdichas: abrir los balcones de la Villa, que entre y salga el aire con la profundidad de un libro, con la sensibilidad de un escritor, y con la fertilidad de una paz tan necesaria. 

Quiero decir, en fin, que bienvenido sea este premio inesperado –que,  repito, tiene como destino a muchos actores, a miles de lectores, y a no pocos visitantes que pasan por la Villa del Libro cada fin de semana–, pues tiene esa virtud que señala  El Quijote en la aventura de Sierra Morena: consuela a no pocos y acierta en la medicina que necesita cada alma.

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