Diario de Castilla y León

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DEL calendario se descuelgan días fríos y se descongelan hojas de la feliz niñez. Es Navidad. Aún tengo pegada la nariz a la luna. A la de cristal. La que nos separaba del juguete en el escaparate de la tienda. Un tiempo en el que todos jugábamos, pero el balón y el juguete eran solo de unos pocos. Y aun así jugamos, y de lo lindo. Y cantábamos a coro. Encima nos sabíamos la letra.

Cuando recuerdo aquellos escaparates, sueño con enormes trasatlánticos descargando fardos en los puertos. En aquellos barcos llegaban las mercancías que iban a parar a las tiendas de coloniales, a los ultramarinos, a la venta de productos de ultramar. No se puede describir mejor. Ni con más poesía. Ese cartel es insuperable. No lo superan ni los elfos del Corte Inglés. Los que se han cargado a los pastorcillos, solo moviendo sus orejitas puntiagudas. Putos elfos. Si es que nos lo tenemos merecido. Por bobos.

Lo que tiene uno que ver y oír al son de los últimos villancicos. Ya le digo a mi nieto que ni su padre ni yo somos elfos. Faltaría más. Como mucho y, por un día, paso por lo del gordito finlandés. Por el chiguito. Servidor y los míos somos más de pesebre y magos y ganaderos de ovino. Al chiguito también le digo que nosotros descendemos de aquellos pastores que llevaban cayados para defenderse, corderitos en sus brazos y mucho sudor en la frente para dar de comer a la ciudad. Como me pregunte qué es un elfo, le tengo apartando piedras de las lentejas en la mesa de la cocina una semana. Tengamos la fiesta en paz. Es Navidad. Pero no olviden que estamos en guerra con los elfos. En guerra de precios.

El mercado enfrenta la oferta con la demanda en una ejemplar lucha de iguales. Aunque conviene saber que entre los grandes de las superficies y de la distribución han secuestrado al tendero y requisado sus productos de ultramar. Que los detengan. Es Navidad y todo se come. Parece como si el resto del año se viviera en una dieta general. Es la batalla final del consumo, sin tregua hasta las rebajas de enero y cercados por lucecitas. Levantas la vista y… ¡zasca! Una sierpe tintineante y divertida. Se para un coche y se baja el de las orejas puntiagudas buscando a su puta madre. Cuando lo lea madre me castiga sin galletas. Cela me entendería. Perdón. Tendrá que ser así. Feliz Navidad.

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