Como en las putas de la Celestina
AL NO HABER SANTO sin octava, ayer me interpeló mi nieto Marquitos: Abuelo, ¿qué es la Constitución? En el patio del colegio me dijeron unos niños que es una cosa de fachas. Sin más, me vi inmerso en un debate intelectual irresoluble. Explicarle a un niño hoy en España qué es la Constitución, es más difícil que la teoría de la relatividad de Einstein.
Me puse trascendente. A ver, hijo, en el colegio tendréis normas que cumplir, ¿no? Sí, que no corramos por las escaleras. Pero muchos se las saltan para ser los primeros y coger los mejores sitios. Bueno, pues esto mismo es lo que pasa en España con la Constitución: muchos se la saltan corriendo y la pisan para tener los mejores puestos. El niño, que es niño pero no tonto, me soltó: ¿y para qué tienen Constitución si se la saltan? Pues para obligar a los otros a que no se la salten, y ojito con lo que haces.
Vi que no entendía, y me fui al terreno del fútbol que dominan todos los niños. Mira, la Constitución es como el árbitro en el fútbol, que marca las reglas que tienen que cumplir todos los jugadores. Ah, ya voy entendiendo. ¿Y los fachas entonces son los que tienen comprado al árbitro? No, hijo, fachas son los que en vez de cumplir las reglas se disfrazan de árbitros para hacer lo que les dé la gana. Ya, ya entiendo todo. Muchos niños en mi cole hacen eso, y si no hacemos lo que quieren te la cargas.
Se fue Marquitos con sus cavilaciones de colegio, y yo me quedé con las de este país, que es otro colegio pero en grande. De inmediato me asaltó el matón del colegio de la Moncloa, que es Sánchez, con un aro de circo en la mano y diciendo que aquí la Constitución se cumple «de pe a pa». Al oírle, recordé -con perdón-, a las putas de la Celestina y a Centurio cuando decía: «Yo te juro por el santo martilogio de pe a pa», que cuanto digo es cierto. Se nota que el presidente conoce bien el ambiente de los burdeles de la Salamanca del XV al XVI.
Sobre mis reflexiones de lo que sea la Constitución en España o en Espiña, veo claramente tres Españas o Espiñas. Una, la que está de acuerdo y respeta las normas establecidas. Dos, la que no está de acuerdo y no respeta la Constitución, ni a la España que ellos llaman Espiña. Y tres, la que encabeza Sánchez que no está ni con la Constitución ni contra ella. Simplemente sostiene un aro de domador porque la Constitución es él, y nos atiza con estas palabras textuales de Celestina: «¡Putos días vivas, bellaquillo!, y ¡cómo te atreves... !».
O sea, que las personas en España ya no se dividen en buenas o malas, justas e injustas, de izquierda o de derecha, totalitarias o democráticas. No. ¿Entonces cuál es el rasero? Pues, con perdón, el «ejemplo de lujuria» que le recordaba Pármeno al putón de Celestina. Aquí sólo cuentan las personas que pasan o no por el aro sanchuno. Si no pasan, están condenadas al facherío eterno. Si pasan por el aro y con el arnés del progreso, son ejemplo de la España o de la Espiña democrática. ¿Y los despistados? Pues lo que dijo Celestina: «Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo».
Así que oyendo en el día de la Constitución los espiches del presidente, y el de su compañera la presidenta de las Cortes, me deprimí. Menos mal que me repuse de inmediato releyendo el gran discurso de Areúsa, la compinche de Celestina, hablando maravillas de sus compañeras de la liga con perdón: «La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas; sino puta acá, puta acullá». Qué barbaridad, pero qué verdad y qué gracia en el decir, señoras y señores.
También me consoló que mi columna del día de la Constitución saliera íntegra en latín en la edición de papel de Valladolid. Mi director, que es un santo, se preocupó mucho por este error informático, pero yo estaba encantado, pues ya Pleberio en la Celestina, habla de este «laberinto de errores» que es el hombre. Incluso respiré, pues no tuve que tirarme desde una torre como Melibea, ni me cortaron la cabeza como a los Comuneros por reivindicar los derechos constituciones del pueblo.
Pero acabemos de una vez. Que la Constitución del 78, explicada y pasada por el aro de Pedro Sánchez, no es más que una vil refriega de matones de colegio, lo demuestran los dos últimos escandalazos constitucionales protagonizados por criaturas inocentes: el caso del niño de cinco años acosado por el nazismo lingüístico de los independentistas -sus socios-, y el protagonizado por el niño de Juana Rivas, tan amnistiada por el sanchismo.
Qué infame, y qué degradante todo. Al menos, digo yo, deberían tomar ejemplo de claridad y de honradez en la Celestina. Hablo de ese pasaje definitorio en el que Sempronio, sin respeto alguno, le pide a Celestina «bájese las bragas», y la santa madre le responde con gran dignidad: «¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente». ¡Qué dignidad de puta, con perdón!