Diario de Castilla y León

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ME encantaría invitar a un café en cualquiera de los bares de Ólvega, en el noreste soriano, a los autores de la columna «El expolio del agua en el Moncayo castellano», que apareció hace unos días en el diario Público. Con todo mi respeto a la defensa que hacen de un bien tan preciado como el agua, y teniendo claro que todas las administraciones pueden y deben mejorar sus políticas de sostenibilidad medioambiental, transmiten una imagen del pueblo que para muchos de los que lo conocemos bien dista bastante de la realidad.

En Ólvega viven cerca de 4.000 personas, muchas de ellas llegadas de otras zonas del país. No son pocas las familias de origen extremeño y andaluz que se asentaron allí al calor del trabajo que ofrecía la fábrica de embutidos Revilla en los años sesenta y setenta. O las que llegaron de diversas zonas de Castilla y León durante los años noventa para trabajar en otras empresas. Pero también de pueblos cercanos, ayudando así a fijar población en esa lucha titánica que la provincia de Soria libra contra la despoblación.

Ólvega es un pueblo laborioso y de acogida, con una importante cultura del trabajo, algo que, históricamente, le ha llevado a ser referente en la defensa de los derechos de los trabajadores a través de un movimiento sindical arraigado y fuerte. Unos trabajadores que, con su esfuerzo y su sacrificio, han contribuido a hacer de Ólvega un lugar cada vez mejor. Es un pueblo de emprendedores, desde siempre, lleno de personas con cultura de empresa que arriesgan su patrimonio para crear riqueza y empleo. Durante los últimos treinta años, Ólvega ha sido espejo para muchas otras localidades, incluso a nivel nacional, por su magnífica infraestructura industrial, que ha facilitado un desarrollo reconocido por todos.

O por casi todos. Una pujanza que es el resultado, en fin, de la aportación de muchos, con ideas muy diversas y de muy diferentes procedencias, a lo largo de los años. Y sin olvidar el importante tejido asociativo que han tejido los olvegueños, que muestra una sociedad viva y dinámica. Todo esto no quita, por supuesto, para que haya cosas que mejorar, también en todo lo que tiene que ver con el cuidado medioambiental. Pero hablar, como hacen los autores de esa columna, de que Ólvega sufre «un desarrollo asimétrico y depredador, en el que el gran perjudicado ha sido el paisaje, la naturaleza y sus gentes, donde pervive un modelo de convivencia más próximo a la Castilla cacique del Conde de Romanones que a la Europa del siglo XXI», me parece algo muy alejado de la realidad y, sobre todo, profundamente injusto. Solo hay que darse una vuelta por el pueblo y sus parajes, y hablar con la gente, para darse cuenta.

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