Clara Campoamor
EL MOVIMIENTO sufragista fue una de las revoluciones sociales más fascinantes del siglo XIX. Surgido en la Inglaterra victoriana, tuvo su primer reconocimiento en 1869 en el Estado norteamericano de Wyoming. Mujeres de baja extracción social se jugaron la vida por incorporar uno de los derechos políticos básicos de toda democracia, el voto. A España, su impulso llegó de una mujer extraordinaria, Clara Campoamor.
Carmen Eulalia Campoamor Rodríguez, conocida como Clara Campoamor, tuvo una infancia difícil. Con diez años, su padre, contable de un conocido periódico de Madrid, falleció. Esta circunstancia hizo que dejara los estudios y se pusiera a trabajar de modista para sacar adelante a su madre y sus hermanos. Con el tiempo ganó dos oposiciones, primero como auxiliar en el cuerpo de telégrafos del Ministerio de la Gobernación, y después, como profesora del Ministerio de Instrucción Pública. Su disciplina y tesón hicieron que estudiara francés, lengua que le permitió, años después, en el exilio, traducir obras francesas al español.
Su afán por progresar en la pacata y trasnochada época de la Restauración la llevo a comenzar el bachillerato con treinta y dos años. Más tarde, terminados estos estudios, se inscribió en la Facultad de Derecho, un hecho insólito para aquellos años. Fue la segunda mujer en formar parte del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Un mes antes lo había hecho otra mujer formidable, Victoria Kent. Poco después, las dos fueron adversarias políticas en las Cortes Generales.
Se ha cumplido el nonagésimo aniversario de su memorable intervención en el Congreso de los
Diputados con la que consiguió que los diputados españoles aprobaran el voto de las mujeres en las siguientes elecciones generales.
Recientemente, el escritor Mario Vargas Llosa, premio nobel de Literatura, ha hecho unas polémicas declaraciones: «Lo importante en unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones, sino votar bien». ¿Es que hay votos buenos y votos malos? ¿Se puede votar bien o votar mal? Una de las grandes conquistas de la democracia es que cada voto vale lo mismo, el de una persona rica que el de una pobre, el de un intelectual y el de un analfabeto, el de una mujer centro de la prensa del corazón que el de una mujer corriente. Que nadie ponga en tela de juicio lo que cada ciudadano piensa y vota. Ni siquiera un premio nobel, que, para más inri, aparece, en los papales de Pandora.