La bandera del español
LA transcendencia internacional de nuestro idioma es incuestionable en todo el mundo. No necesita defensa fuera de España por su dimensión universal. De hecho tanto el Gobierno de España como la Junta de Castilla y León colaboran estrechamente en la promoción del aprendizaje del español para extranjeros convirtiendo a nuestra región en una referencia en este ámbito. Otra cosa muy diferente es, paradójicamente, la situación del español en España que, aunque parezca mentira, es donde recibe más ataques y agresiones. Nuestro principal patrimonio cultural en el mundo es permanentemente vapuleado desde algunos territorios españoles sometidos a la dictadura separatista. Mientras en cientos de países se despliega una enorme red cultural basada en el español y cientos de miles de alumnos de todo el mundo se afanan por aprender nuestro idioma, dentro de España hay territorios donde empieza a ser una proeza poder educar a los hijos en español.
El gobierno catalán sigue persiguiendo el uso del castellano en la Universidad arrinconando a los profesores que imparten sus clases en español La Presidenta del Parlamento catalán se niega públicamente a contestar preguntas en español. El Gobierno balear amenaza al personal sanitario con sanciones por no atender en catalán a sus pacientes en un alarde de acomplejada discriminación inconstitucional cada vez más extendida.
¿Cómo es posible que ante esta situación y ante la pasividad indolente del Gobierno de España no haya ninguna Comunidad que salga en defensa de nuestro patrimonio común más universal? Igual que hacemos un enorme y eficaz esfuerzo en promocionar en todo el mundo el aprendizaje de nuestro idioma en Castilla y León deberíamos defender nuestra lengua también en España.
Así como otros líderes regionales han sabido enarbolar y rentabilizar la bandera de la libertad, la Junta de Castilla y León debería, en la figura de su Presidente, empuñar la causa del español no sólo por razones históricas, lingüísticas y culturales, sino también por motivos de una incuestionable rentabilidad política ante una situación que genera la indignación de millones de españoles.
Quien sea capaz de adelantarse a la hora de enarbolar la bandera de la defensa del español en nuestro país, como símbolo de nuestra historia, de la unidad de los españoles y de nuestra cultura común, conseguirá concitar millones de voluntades y simpatías. Nadie mejor que el salmantino Mañueco conoce la importancia del español dentro y fuera de España. Y nadie mejor, por razones históricas, que el Gobierno de Castilla y León para liderar ese movimiento antes de que se nos adelanten otros que ya están en ello.