La vida sigue
AL americano medio le importa muy poco lo que está pasando en Afganistán. Más allá de la polarización política, que lleva a unos a criticar todo lo que hace el presidente Biden y a otros a alabar cualquier medida que toma, la realidad es que la gran mayoría de ciudadanos de este país está de acuerdo con la vuelta a casa de las tropas. El presidente reconocía que el interés nunca fue crear una democracia sino evitar atentados terroristas en suelo estadounidense. Es el único que se ha atrevido a decir lo que todos piensan, aunque duela. No suena muy solidario, pero es la realidad. Y dudo mucho que el resto de gobernantes que mandaron sus tropas a Afganistán de la mano de los americanos tuviesen intereses más excelsos. No se entiende muy bien por estas tierras esa oleada de críticas hacia este país por no querer seguir en aquel avispero arriesgando vidas de soldados. Y gastando millones y millones de dólares de los contribuyentes. ¡Que envíen a sus hijos si tanto les preocupa lo que pasa allí!, resumía ayer uno de mis compañeros de café, padre de un Navy Seal que pasó un año entero combatiendo en suelo afgano y que volvió sano y salvo. De alguna manera es el América primero que popularizó Trump, pero aplicado con un poco más de sentido común. Las tan criticadas ansias imperialistas de los americanos venidas a menos, pero no por ello dejan de ser censurados. Da igual lo que hagan, aunque haya más de dos mil quinientos soldados muertos de por medio. Los floridianos están más preocupados ahora por las medidas que impone a golpe de ley el gobernador del estado, el trumpista Ron DeSantis. Con las infecciones por Covid-19 aumentando de manera exponencial y con el curso escolar a punto de comenzar, la siniestra orden del gobernador de prohibir que se pueda obligar a llevar mascarilla parece una broma de mal gusto. Pero no lo es. Amenaza con congelar el envío de fondos a los colegios e incluso con quitar el sueldo a quienes se opongan a su decisión. La mascarilla como arma política en manos de un extremista al que, en su ceguera, no le importan ni lo más mínimo las consecuencias. La hipocresía de llevar por bandera la defensa a ultranza de la vida desde su concepción, pero sin dudar ni lo más mínimo a la hora de poner en peligro a los ciudadanos con leyes antimascarilla por no sé qué estupidez de que coarta las libertades. Aunque no hay que extrañarse: es el mismo que va a la iglesia por las mañanas a rezar genuflexo ante su Dios, y que por las tardes no duda en firmar sentencias de muerte. Lleva muchas.