Torre de Babel
LOS SERES HUMANOS somos universo que piensa. Universo capaz de distinguir un mínimo fragmento de ese cosmos que puede contemplarse si las noches ofrecen infinitos coagulados de estrellas. Sin embargo, seguimos construyendo las torres de Babel, las que se alzan hacia un cielo que profana el tiempo de los dioses. Y no nos percatamos de que nuestras codicias nos instalan al borde del abismo, sobre todo, cuando algunos iluminados - nuestros actuales gobernantes - pretenden redimir el ancho mundo para hacerlo a su imagen y semejanza: yo no deseo un mundo con coleta ni moño de artificios. Me turban los pecados, de soberbia, altivez y de arrogancia, cuando quieren mirarnos desde arriba los que están convencidos de que su ideología es palabra de Dios. Por esa razón, en muchas ocasiones, y ante estos razonamientos, divago y titubeo, porque oigo decir que el pensamiento humano es capaz de entender cosas sencillas, pero no el desparpajo, inútil y vacío, de un gobierno incapaz de gobernarnos.
Me alarma especialmente escuchar al ministro Garzón o a su hermano-economista decir majaderías; o a Echenique interpretar políticas sociales, a la vez que procede de un modo fraudulento, no dando de alta en la Seguridad Social a quien cuida y alienta sus desdenes; o cuando el exministro Illa rehúsa hacerse la prueba del Covid. ¿Qué razones tendrá? ¿Qué imaginamos? Son la mayoría como el dios Jano que contemplaba el mundo con dos rostros, imponiendo criterios enfrentados. Pues conjugó las cosas de dos modos, fusionando la luz con las tinieblas: Es el caos que disipa el edificio que aun llamamos España.
La grandeza de la democracia late en la libertad, también en el orden, seguridad ambiental, cultural, fiscal, emocional y jurídica. La que diseña espacios de convivencia y no de enfrentamientos. En la que, lo políticamente correcto es todo lo que piensa cada uno, siempre que cada uno de nosotros propugne bonhomía y libertad. Libertad de la buena, no de esa otra que proclaman los dictadores que devastan y arruinan a sus pueblos, o los que hacen alarde, llevando camisetas con el rostro del Che Guevara, Mussolini o de Lenin. ¡Joder, qué tropa! Que diría otra vez el Conde de Romanones. Hoy nuestro gobierno proclama y alimenta posturas meditadas por políticos analfabetos, que se ahorcan en sus propias conjeturas. Por eso son padrastros de la patria. Desean que rumiemos igual que rumian ellos, la arcana y maloliente incertidumbre. No ofrecen equilibrio para ordenar el medio en que vivimos. Es un gobierno entrópico que oculta el desorden que exhalan: será nuestra condena, pero también la de ellos. Porque son el gobierno que mancilla a un país que se hizo con sosiego, con heridas cerradas, sin torres de Babel que ansían mundos donde nadie se entiende. ¿Es esa nuestra España?