Diario de Castilla y León

J. M. CANTERA CUARTANGO

Hijos de la anarquía

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ACKSON TELLER (encarnado por un soberbio Charlie Hunnam, valor en alza de Hollywood), es el personaje principal de la serie de culto norteamericana ‘Hijos de la anarquía’ (Sons of Anarchy). Las siete temporadas cuentan la vida diaria y aparentemente normal de un grupo de moteros, propietarios de un desguace y de un taller de poca monta que hace arreglos para los vecinos de una localidad del norte del California, llamada Charming. Sin embargo, se dedican al contrabando de armas por todo el país. Pactos y contratos que no se cumplen, venganzas personales que derivan en matanzas inútiles, parejas destrozadas por la ideología de la violencia, mujeres con carácter que no se dejan pisar y bandas de narcos que compiten por el territorio, son algunos de los ingredientes de este extraordinario serial. 

Lo más llamativo de esta serie es la simbología que utiliza: una calavera viviente, a modo de parca con capucha que amenaza, porta un arma que termina en forma de guadaña ensangrentada como bayoneta. El colectivo tiene su propio comité directivo que se reúne en una instancia con mesa rectangular, presidida por Clay Morrow (Ron Perlman). Sus decisiones comerciales o de sentencia de muerte se toman por mayoría después de usar el mazo de la justicia lleno de pinchos. No queda atrás su peculiar ropa, chalecos, chaquetas y pantalones ajustados, anillos compartidos, cascos a lo nazi y machetes indios. Completa todo este estrambótico panorama (parece sacado de otro mundo), la Harley-Davidson, vehículo que cada miembro dispone a su real saber y entender.

El insólito ataque y asalto al Capitolio, que ha terminado en tragedia, ha sido escenificado por un conjunto de personas que representan lo más irracional, antidemocrático, anárquico y residual de Estados Unidos. El hombre semidesnudo disfrazado de lobo americano, acompañado de compañeros no menos díscolos, trataron de dar un golpe de efecto intentado poner en jaque al poder legislativo, que en ese momento estaba ratificando la elección presidencial del pueblo norteamericano. En vez de  conseguir lo que se proponían, han puesto en ridículo no solo al, por suerte, ex presidente Trump, descalificado ya de por si por sus actos, sino a todo el partido republicano y a sus partidos satélites europeos. Una vez más, la democracia, la ley, la voluntad soberana y el orden constitucional han triunfado. Las personas pasan, las instituciones permanecen, mal que les pese a algunos.

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