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J. M. CANTERA CUARTANGO

Mente abierta, mente cerrada

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EL FINAL de la segunda Guerra Mundial dio paso a una nueva etapa de la historia de la humanidad. Los países participantes en la contienda, aparentemente unidos, se distanciaron rápidamente, hasta el punto de que crearon dos bloques ideológicos perfectamente diferenciados. El capitalista, formado por los países occidentales, siendo su máximo exponente visible la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Y el comunista, identificado con los países que constituyeron el Pacto de Varsovia.

De su progresivo enfrentamiento nació, en palabras de George Orwell, la Guerra Fría, término popularizado por el periodista, intelectual y columnista estadounidense, dos veces Premio Pulitzer, Walter Lippmann. A mayores, el 13 de agosto de 1961, Berlín se despertó, de sopetón, sin previo aviso, con el muro de la infamia.

Pues bien, toda la confrontación geopolítica mundial se vino abajo el 9 de noviembre de

1989, cuando el muro de la discordia y de las lamentaciones fue destruido y saboteado

por la población. Son icónicas las imágenes de los berlineses subidos al muro, martilleando las paredes que generaron tantas divisiones, desgracias, muertes y separaciones familiares.

Durante muchas décadas, la clásica diferenciación de planteamientos y formaciones políticas calificadas como liberales-socialistas, izquierdas-derechas, este-oeste, demócratas-republicanos, conservadores-progresistas, sirvió como nomenclatura adecuada en el siglo pasado. Sin embargo, esta generalizada categorización resulta, hoy en día, anticuada, superficial y artificial.

Las recientes elecciones norteamericanas (Trump versus Biden) han puesto todo el orbe patas arriba. Hoy el mundo se divide en aperturistas y tradicionalistas. Los primeros son partidarios de la apertura de las fronteras, de la creación de un nuevo orden mundial que dirija los designios de los pueblos, de la interpretación alternativa del Derecho, de la filosofía del calentamiento global, de las políticas género y de una mayor intervención en lo personal, en lo económico y en lo social.

Por el contrario, los patriotas, son férreos defensores de la nación-estado, de una política de inmigración regulada, de la tradición y de la cultura nacional, de una hermenéutica jurídica originalista, de un ruralismo ecológico, de la iniciativa privada en todos los ámbitos y de impuestos bajos.

Parafraseando a un alocado pero atinado y sarcástico literato español, podemos decir

que la mayor parte de las revoluciones han tenido como lema una trilogía: en la Revolución francesa, libertad, igualdad, fraternidad. En el fascismo, patria, pan y justicia. En el comunismo, pueblo, clase, reparto. Yo proclamo otra: café, copa, puro. Todos para una y una para todos.