Diario de Castilla y León
Los autos y casas quemados permanecen en Little Grand Canyon Drive en Paradise, California, el viernes 9 de noviembre de 2018, el día después de que Camp Fire destruyera la mayor parte de la ciudad. Ray Chavez / Grupo de Noticias del Área de la Bahía.

Los autos y casas quemados permanecen en Little Grand Canyon Drive en Paradise, California, el viernes 9 de noviembre de 2018, el día después de que Camp Fire destruyera la mayor parte de la ciudad. Ray Chavez / Grupo de Noticias del Área de la Bahía.

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Antonio Piedra

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NI POESÍA ni ensoñaciones jurídicas. Me levanto por las mañanas, y ¡zas!, me asalta el realismo del Arcipreste en su Libro de buen amor: ¿«de qué chica centella» sacará hoy el Gobierno «gran llama de fuego»? ¿Qué es la ley Celaá sino gasolina de la enseñanza? ¿Qué la reforma de las leyes sino el incendio de la ley? Incómodos con los jardines, las flores molestan. De aquí que la tierra quemada parezca su territorio, e impongan a la gente el olor a yesca desde el desayuno. Incluso han extendido ese aroma a la pandemia. Toda catástrofe o miseria supone un vasto dominio, que ejercen con funcionarios ad hoc de la ceniza.

Los hechos son abrasantes: queman la Constitución, la convivencia, la Nación, las leyes, la historia, y la lógica, porque va en su naturaleza cenicienta. En ciertos momentos del día se visten de princesas, pero a las doce en punto de la noche, ni un minuto más, vuelven a la ceniza. Están tan acostumbrados al churre, que ya se llaman Cenicienta. Iglesias & Montero, por ejemplo, son cenicientas con palacio. Lo dramático es que, al juntarse estas dos palabras mágicas –ceniza y funcionarios de la ídem–, la suerte de España ya está echada, y salta por los aires.

La gran metáfora ilusionante, oh promesa futura de los nuevos zares, tiene que ver con el célebre dicho castellano: «Pedro, ¿por qué atizas?», y responde el pirómano que «por gozar de las cenizas». Por tanto, su plan de reconstrucción como «Gobierno social comunista» –la expresión es del propio Iglesias–, pasa por Cuba, Venezuela, Lenin, Stalin, Mao, y Maduro, y recala en sus campos de exterminio con ordenanzas cenicientas y funcionarios con tizne.

El resto de acciones se reducen a reavivar el fuego con el fuego, «ignem igne incitare», que decía Séneca en su tratado De ira. ¿Cómo ajustarlo a cenizas? Pues con el grito jubiloso de los hermanos Marx en su película del oeste: «¡Más madera!». En cada Consejo de Ministros exprópiese más madera para que el tren siga marchando con las arboledas de la Moncloa, de la Zarzuela, de la educación, de la sanidad, del aeropuerto de Delcy, del poder judicial, de la cultura, o del español.

No le dé más vueltas. Al final todo se convierte en materia básica: en cenizas. Pero las cenizas serían nada si no hubiera funcionarios cenicientos que pintarrajean el paisaje todos los días. Estos funcionarios se agrupan ya en dos grandes escalas. El funcionariado A incluye asesores, bilduarrasas, independentarras, y rescolderos con botafumeiro. El funcionariado B vive de los desmayos del PP. Ven cómo arde todo a su alrededor. Éstos, muy dignos y centrados, se ponen de perfil con un extintor pequeñito en la mano, mostrando su fecha de caducidad, y recitando a Quevedo: «serán ceniza, mas tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado».

La idea de destruir, y cuanto más mejor, es ya más peligrosa que el propio independentismo y, como el temporal Dora, nos ha pillado en pleno puente de la Constitución. Así que vamos buenos. Media España ya es funcionaria de la ceniza. La otra mitad –con un líder de la oposición que se refugia en las musas viendo cómo arden los vagones de los hermanos Marx–, se resigna con el mal de muchos consuelo de tontos.

Pueden imaginarse la desolación de mi vecina Carmina con todo esto. Al verlo todo tan mal y negro, come compulsivamente. Se ha puesto como una camilla y me dice desde la ventana del patio: Antonio, soy una deprimida política y me lo zampo todo, ya no hay fajas a mi medida. Y remata la faena con donaire: o cambia este Gobierno de cenizas pompeyanas o yo reviento, hijo. ¿No se te ocurre nada? Pues mira, para casos como el tuyo me dicen, desde el sindicato de la ceniza, que tienen un cruzado mágico de playtex. Y claro, me mandó a la mierda.

Para cuando unos lo hayan quemado todo, y los otros hayan puesto su reloj a punto –¡ya os vale, guapos!–, se me ocurren algunas pregunticas elementales: ¿a dónde iremos los que huimos de la ceniza sin caer en las brasas? Lo digo porque se necesitan muchos años para repoblar un paisaje calcinado. El segundo interrogante está lleno de escepticismo: ¿alguien se imagina que los incendiarios incendian por las buenas sin un previo plan de repoblación con sus cuadrillas de funcionarios expertos en cenizas, y con las primas y subvenciones para los ingenieros de la reconstrucción? Nadie.

Y tercera cuestión para el arrastre: ¿qué hacer el miércoles tras el puente? Al respecto me siento inútil. Me alivia saber que no soy responsable de este incendio y que, como decía Marcial en uno de sus epigramas, «la ceniza me llega muy tarde para la gloria». Quien con su voto ha ayudado a soltar este tigre –yo no–, que no se queje ahora de los zarpazos. Si votas un gobierno «social comunista» –Iglesias dixit, repito aquí otra vez–, todo va en cadena porque la piromanía está en el voto, en el voto la ideología, y con la ideología galopa a sus anchas la necesidad imperiosa de echar más madera al tren hasta… hasta que el tigre domine los predios de la reserva frankensteiniana. Y como esto va para rato, pues nada: sarna con gusto no pica.

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