Diario de Castilla y León
Imagen Dragón, Antonio Piedra - TIENE TELA

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Antonio Piedra

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INCONTABLE. Si alguien de nuestro entorno hubiera entrado en coma en agosto del año pasado y se hubiera despertado hoy lunes 24, qué difícil explicarle la situación española tan caótica y desmadrada. La explicación sería letal si escuchara al epidemiólogo Simón, capaz de decir a un tiempo blanco y negro, uno y muchos, vamos bien pero peligroso, sálvese quien pueda pero estamos mejorando. Con ver a su alrededor un bosque de mascarillas, no le cabría duda: esto es una pesadilla.

Se vendría abajo con los datos económicos. La mujer le informaría: ya somos pobres todos, no tenemos negocio, estamos en quiebra, y comer cada día es un milagro difícil de explicar. Asombrado, seguiría preguntando: ¿Y qué hace el Gobierno Central, y los virreyes autonómicos? Y le dirían que mejor dejarlo para otro día, no fuera que le repitiera el ictus y no saliera de él ante el horror de tripas en desbandada, que decía Quevedo.

Si yo estuviera al lado del recién vuelto a la realidad, le recordaría -por deformación profesional- las historias medievales en las que un dragón desolaba comarcas, se tragaba gentes, y exigía el tributo de las cien doncellas elevado ahora a miles de ancianos de las residencias. Ese dragón insaciable está aquí de nuevo. Se ríe de las supersticiones lugareñas y de las pequeñeces humanas. Lo suyo, como político providencial, es la impunidad absoluta y el trago inconmensurable, mientras la gente discute si lo que pasa por su puerta son galgos o podencos. Pues no, querido Lázaro resucitado, son dragones.

El recién redivivo me haría la observación de Hume en la Profecía de Merlín: Hombre, yo "había oído hablar de dragones, y aunque nunca había visto uno, estaba seguro de que existían". Me preguntaría: ¿Y qué hace el presidente del Gobierno? Sabemos que volvió de vacaciones el viernes, rojo como un dragón, y poco más. ¿Y qué pasa con los niños? Pues nada, que volverán al colegio en fila india, o en oleadas, para que el dragón se los zampe sin problemas.

La verdad es que todo esto parece una pesadilla derivada de la Nueva Normalidad, que es la auténtica trampa hispana del dragón. La cruel dragonería nos la coló Sánchez en sede parlamentaria a primeros de mayo: "Tenemos cuatro años por delante de legislatura para reconstruir social y económicamente nuestro país". O sea, se trata de vivir en vacaciones perpetuas como si no hubiera dragones, como si la segunda parte de la pandemia fuera una flatulencia monclovita, y como si la fe inmensa en la lanza heroica y milagrosa del domador de dragones, que es el propio Sánchez, nos inoculara la mejor vacuna.

Ya, pero qué decepción cuando aún no ha terminado agosto. La sociedad sanchuna sólo estaba preparada para la fiesta y el buen rollito, y no para las pruebas duras. El milagro del turismo -¿recuerdan cómo Simón demonizó al visitante inglés?- ya no existe. Tampoco los Reyes Magos con iluminación jacarandosa del alcalde de Vigo. Si nuestros gobernantes mágicos se dieran una vuelta en helicóptero por las residencias, hospitales, cementerios, colas del paro, los cierres de empresas, por los hangares de migrantes, o por las colas de pobreza en busca de alimentos, verían en vivo lo que describe Conrad en El corazón de las tinieblas: "El horror, el horror, el horror".

Pero todo este horror de dragones en acción a lo Harry Potter y hagan juego no es nuevo en la historia de la humanidad. Ni siquiera depende del pesimismo de un columnista que un día, como hoy, se levanta con el pie izquierdo. El componente básico de esta película se consolida con la ingenuidad o bobería de los ciudadanos y con la malicia de los gobernantes. A los primeros, ya nos advirtieron los grandes clásicos: "Fide, sed cui vide», confía, pero ojo en quien. A los mercaderes de dragones también previnieron esos clásicos: "Pretio parata vincitur pretio fides", la fidelidad obtenida con dinero se vende con dinero.

En fin, amigos, todo esto para referirme a un hecho muy real: que el dragón sigue aquí vivito y coleando. No sólo sigue ahí, sino que, semánticamente, lo engordamos con palabras que nada significan, pero que hacen que estemos perdidos en un inmenso laberinto, cuyas direcciones nos cambia el Gobierno Sánchez todos los días a conveniencia. Una ministra vio desde un helicóptero el incendio de Gredos y exclamó: "¡Qué bonito!". Otro nos asegura que está todo controlado. Y el Presidente nos tranquiliza con asaltos y quebrantos: "Nadie se quedará sin la ayuda necesaria para vivir".

Ese nadie debe de ser alguien que se llama así como en el canto IX de la Odisea, o que es amigo del Presidente, pues hay millones de españoles que no ganan ni reciben un euro al mes, que viven del aire y de la esperanza lejana de la Europa rica. Estamos de nuevo -sin ninguna dimisión o responsabilidad- ante la fábula de la cigarra y de la hormiga que se prepararon de forma diferente para pasar el crudo invierno que se avecina. Pero esto es otra columna. Tras las vacaciones, ¿qué nos espera? Muchas sorpresas, y da la impresión que ninguna buena. Y si no que se lo pregunten al dragón.  

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