Las cotorras imputadas
Lo confieso: estoy perdido en el laberinto de la autoficción. El personaje se me ha salido de madre. Veo que entra en internet, y que ha consultado lo que es metaliteratura: hacer literatura con la literatura hasta borrar los márgenes entre realidad y ficción. Así que la protagonista, hablando en plata, se ha preguntado: ¿Qué coño pinta servidora en esta columna, que hasta el mediático Javier Pérez Andrés habla de mí con tanto desparpajo? Me explico.
Ayer me visitó Carmina, mi vecina, para decirme con voz alta, sonora y significativa como en El Quijote: Antonio, ¿qué vamos a poner esta semana en nuestra columna? ¡Como que en nuestra columna!, tercié sorprendido. Y me respondió: No te hagas el longuis, todo el barrio sabe que la columna la escribimos a medias. Hay gente que me dice cosas para que yo te las diga, y tú las pones como un bendito. A ver, si tú no sales a la calle desde que te confinaron, ¿cómo es que te enteras de todo? Por ti, Carminica, por ti.
Oye Carmina, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ¿de qué se habla esta semana en el barrio? Pues de dos temas de moda. Seguro que del viaje del Rey emérito. No seas antiguo, Antoñico, eso sólo le interesa a la Sexta. Los dos temas de moda son las cotorras y la imputación de Podemos. Si bien lo miras, se trata de lo mismo: del «jarabe democrático» para las cotorras podemitas. Así dejan de hablar mal de los demás y de echar al resto de pájaros de los árboles. Como dice el carnicero, ya es hora de que aprendan a compartir y a saber que a todo cerdo le llega su San Martín.
Me dejas de piedra, Carmina. ¿Lo de cotorras y de Podemos se te ha ocurrido a ti solita? No seas bobo, viene hasta en el Pronto. Pues ya lo sabes. Y ahora me voy a la compra que si tardo la lía mi marido. Está de mal humor y preocupado. Dice que si también a los simpatizantes de Podemos como él les van a imputar, pero que él, desde luego, no se ha llevado un euro de Venezuela ni de Bolivia ni de Irán ni de la tuerca ni del tornillo. ¡Qué se va a llevar! Es un Pascual al que despluman, como a un niño pequeño y gratis, las cotorras.
Con las mismas, salió de casa con ese aire de fuerza viva que le deja a uno filosóficamente confuso: ¿tendrá que ver el cotorreo de las aves invasoras con la imputación de un grupo de presuntos golfos que se han otorgado a sí mismos el título de maestros de la moralidad del país? ¡Qué fuerte! Como cotorras latino americanas –vistosas y jacarandosas–, llegaron a España para limpiar la política, y han echado de los árboles a los pájaros autóctonos.
Y es que entre pájaros anda el juego. Las cotorras ya son dueñas absolutas de todos los árboles en parques y avenidas. Los gorriones, urracas, y palomos españoles se han quedado sin alpiste y cobijo. Los que filosofamos con la evolución de las especies voladoras, apenas distinguimos un par de cosas. Una, dime lo que cotorreas y sabré qué caraqueas. Y dos, que de estos pajarracos caraqueños nos previno Tirso de Molina: que canturreen las cotorras, pues «no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague».
Y hasta aquí han llegado las cotorras moñudas y coleteras. Con mil cotorreos y contorsiones en sus medios de comunicación han tapado las vergüenzas, y han conseguido que nadie desvele los muchos capítulos que nos esperan de esta telenovela venezolana. En el vuelo hasta llegar al Gobierno de la Nación, se han cargado a tantos pájaros para adueñarse de todos los árboles del tendido, que sólo han dejado esqueletillos en las ramas.
Sin embargo, los espíritus de tantos pájaros caídos en combate claman justicia. Como en las tragedias griegas, las erinias –diosas de la venganza– vuelven para pedirles cuentas. Y claro, la cotorra de Echenique, que es de pura raza argentina, protesta. Las cotorras autóctonas, que incluyen a medio Gobierno y a su Presidente, callan con ahínco, y buscan el modo de bajar a los jueces honrados de sus árboles para poner a los suyos tan bien untadicos.
Inmerso en el cotorreo –escribir aquí o callar como una puta–, llamé a mi psicólogo en busca de luz y fue tajante: pero Antonio, ¿tú has bebido? No, pero… Ni pero ni pera –repuso–, somos el país con más bares del mundo y eso se nota en el aliento. Somos un país de locura, y lo más lógico es meterse en arenas movedizas, porque aquí la única realidad que existe es la pura mentira servida en una jarra de cerveza. Más que a un psicólogo como yo, tú, y el país entero, necesitáis con urgencia a un psiquiatra.
Qué palo. Mi psicólogo últimamente está en plan Zen, y sólo me recomienda yoga, que no vea la tele, y que no escriba en dos años mientras escampa. Pero como tengo que escribir porque si no reviento, aquí estoy subido a un árbol como una cotorra.
Como sigo en el posoperatorio, me parece que lo que está pasando en España es efecto de la anestesia. Lógico, pues La Nueva Normalidad de este Gobierno es que acabemos todos delirando. Lo demás es un cuento. Así que, siguiendo a Catón, lo diré en latín para que parezca más normal: «Insipiens esto, quum postulat aut res», o traducido, hazte el loco cuando la ocasión lo reclame.