¡Levantad el culo!
TIERRA ADENTRO
VIENE de lejos. Se practicaba en aquella sociedad rural tan injusta. Aún las llaman en algunos sitios hacenderas y en otros, tañen las campanas, tocando a huebra. En cada sitio tiene su nombre esta vieja conducta solidaria del común. Se trataba de concitar a la población, a veces por familias, y afrontar el arreglo de un camino o de un bien comunitario. Todos, sin cobrar un duro. Pues bien, en este contexto, y siempre desde el más absoluto respeto a los insolidarios incapaces de hacer nada por lo demás ni de desprenderse de un minuto de su ociosa holganza, creo que podríamos volver a insistir en ello. Podríamos llamarlo prácticas de hacenderas. Ha llegado el momento de levantar el culo de la silla de plástico blanco e ir a por los rastrillos, las azadas, las hoces y los carretillos.
Qué bonito ejemplo para niños y niñas. Cuántos trozos de bosque se podrían desbrozar. Cuántos viejos caminos volverían a ser transitables y cuántos palomares, tenadas o chozos recuperarían su dignidad. Y esas ruinas que afean la entrada del pueblo, escombros descarnados de quien todos los que nos visitan no entienden cómo lo «tenemos así…» y el viejo castillo y el monasterio, ambos cubiertos de hiedra y zarza, la verde mortaja del patrimonio olvidado. O esa iglesia desmochada que le ha crecido una encina donde estaba el púlpito y que, como Dios se fue, se la come la maleza… Donde por cierto bautizaron a madre y a la madre de madre… Sinceramente no sé cómo no se nos cae la cara de vergüenza a muchos por no impedir que siga este estado de cosas y de ruinas.
Y va por todos, vosotros y nosotros, quintos y quintas, niños y niñas y fornidos jubilados de huerta y andamio. Dejad ya de mirar para otro lado. La ruina no es culpa del Vaticano, ni de la OTAN, ni del Gobierno, ni del obispo, ni del ministro. Ni del alcalde. Es tuya y mía. Nuestra. Aclaro: no se trata de reconstruir… solo de limpiar esas heridas de la guerra del tiempo y de poder decir a tus nietos que, además de romanos y neandertales y de murallas medievales, esas piedras fueron un chozo dónde tu bisabuelo encerraba las ovejas, y en esas paredes caídas estaba la ermita donde se casaron tus abuelos y ante un altar que sabe Dios dónde estará ahora. Levantad el culo y coged las azadas, y los rastrillos y las hoces y marchad en busca de vuestras ruinas.