Patton no tenía tiempo para acicalarse tanto
No hay visión más anómala y antipática que contemplar a un general alicatado de condecoraciones y entorchados en tiempos de guerra. No hay nada menos empático y nada más desconfiante. Y ya que la mayoría de nuestro generales y generalas de la política carecen de la más mínima y compasión social, al menos tomen prestada la estética espontánea de los que lucharon en primera en el mayor conflicto que ha vivido el plantea antes anterior al coronavirus. El ejemplo es Eisenhower, Patton o McArthur, generales de primera línea, en las playas de Omaha, la dunas de Egipto o los manglares filipinos. Vístanse de campaña y vayan a primera línea donde se baten con el enemigo invisible los médicos, las enfermeras, los celadores, los funerarios, los transportistas. Ya es hora de pisar el campo de batalla, ahora que se va a poner más encarnizada y dramática que nunca. Llegarán días terribles y luego vendrán los peores. Lo mismo para el periodismo. No el que vive empotrado, genuflexo y adocenado por comunicados y performances de escaso crédito. Iremos a los hospitales y a las morgues, porque sigue siendo demasiado lo que nos esconden. El terror de las UCIs es indescriptible. El de las morgues ya desbordadas y desbordantes de algunos centros sanitarios ya es sobrecogedor. Esta guerra no se libra en los despachos, pero son precisas las decisiones desde los despachos, pero también son vergonzantemente frívolas las indecentes escenas de despachos. Los sanitarios no tienen tiempo para acicalarse tanto ni embadurnarse tanto. Dedican horas a enfundarse el mono y el material de protección, sin posibilidad de poder ir ni a mear. Como para tener tiempo para embadurnarse el Lancome Número 5 o conjuntarse al uso y desuso. Es una guerra no una gala de los Oscar. Un poco de respeto.